La penumbra que hemos atravesado (fragmento)Lalla Romano
La penumbra que hemos atravesado (fragmento)

"Nos despedimos delante de la casa; pero poco después, al cruzar la Piazza Vecchia, allí estaba de nuevo; apostado bajo el último arco de los pórticos, en una columna.
Me incomodó; me preguntaba si no estaría un poco loco: porque era obvio que me esperaba a mí. Pero me saludó con su sonrisa de monstruo bondadoso y ya no sentí ningún temor.
Quería enseñarme, dijo, el antiguo Parco dei Conti.
Una oferta así, de pequeña, me hubiera llenado de alegría. Pero ahora aquel parque se ha convertido en los Jardines públicos. Donde estaba la torre con el reloj de sol han construido una escalera con dos rampas que lleva al jardín. El paseo de olmos enanos, desbrozado, podado, ya no oculta ni el sendero ni las estatuas, en aquel tiempo invisibles.
El lisiado no imagina, no intuye que no, «no» quiero visitar ese jardín que ya no es secreto.
Los nobles eran, para mí, seres de una especie más elegante, más extraña. Su vida apartada, sus mansiones enormes y oscuras los hacían «diferentes». Pero más que al mundo exterior, pertenecían a mi fantasía. Soñaba con ellos como se sueña con criaturas imaginarias, privadas de existencia real (o casi). Cuando el tío doctor declamaba: A sta ‘l barôn d’Onea / Per là ‘n t’un castel frust / So pare ven da Enea / Sua mare ven da August 19, yo me reía; para nada sufría por mis ídolos.
Sus personas, en realidad, no me impresionaban mucho. El conde Bolleris era feo; papá lo comparaba con un oso. Por lo demás, había sido el aniversario político del Dottore, el gran amigo de papá; aunque también era, en cierta manera, un enemigo. (Sólo el conde vivía en Ponte Stura; los demás venían en verano, como los turistas.)
En verano veía pasar en su carroza a la marquesa cuando se dirigía al Castello. Si estaba el marqués, caminaba a su lado, y la altura de él era tal que sus cabezas quedaban al mismo nivel. (La madre del conde era marquesa porque había vuelto a casarse: ¿no era extraño?) El marqués en la iglesia, los domingos, se quedaba siempre de pie, recto, severo. Tenía ante sí, en el banco, varios libros de misa apilados, en vez de uno. (Los demás hombres no sólo no tenían misales, sino que ni siquiera iban a misa. Ni siquiera papá, por entonces.)
Decían que la marquesa dominaba al marqués, le daba órdenes como a un criado. En una reunión del Comité le había ordenado delante de todos que sacara al perro a pasear. Yo escuchaba con avidez siempre que oía hablar de ellos. No es que aprobase las cosas que contaban, de hecho pensaba que la gente del pueblo no estaba en disposición de juzgarlos.
Se decía también que la marquesa era muy avara, que «contaba hasta los huevos» ¿Qué significaba aquello? Alguien añadió: «Como la madre de Leopardi». (Cuando supe que justo aquel marqués había escrito «en defensa de la madre de Leopardi», pensé que su intención había sido la de defender también a la marquesa.) A menudo, eran huéspedes de la marquesa dos nobles de España, que eran conocidas como «Las Españolas». Eran pequeñas y menudas, pero tenían la cabeza gorda y la cara varonil, morena y peluda: como si sobre sus pequeños cuerpos hubieran colocado unas cabezas equivocadas. Vestían de blanco y eso las hacía parecer aún más morenas. Yo me asombraba de su aspecto, porque pensaba que se refería a ellas la canción: E la spagnola sa amar cosí. "



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