La bruma verde (fragmento)Gonzalo Giner
La bruma verde (fragmento)

"Colin abandonó el hospital bastantes pasos por detrás de Bineka, sin imaginar que seguía siendo objeto de vigilancia por aquel policía camuflado de civil desde un coche aparcado a escasos cien metros de la entrada del hospital.
Frida lo había hecho esperar un poco mientras iba a buscar unos tranquilizantes para que se los llevara a Keita. Ese par de minutos que lo entretuvo fueron los que lo separaron de Bineka, que siguió su camino en dirección a las oficinas de la ONG, tal y como le había indicado Colin.
El agente al servicio de Bernard calculó la distancia entre la joven y el inglés, y le asaltó la idea de un rápido abordaje, a falta de otra mejor oportunidad, para meterla en su coche sin que el otro tuviera tiempo de reaccionar. Si lo conseguía, haría tan feliz a Bernard —y por extensión a su jefe Maxime— que con toda seguridad se lo pagaría muy bien; de eso estaba convencido, y andaba muy necesitado de dinero. Pero si fallaba, pondría en aviso al extranjero, y sabía demasiado bien cómo se cobraba Bernard los fracasos.
Siguió observando a la chica. Todavía había más separación entre ellos. Arrancó el coche y empezó a circular a muy poca velocidad.
Colin no estaba pendiente de lo que hacía Bineka, que caminaba cabizbaja, sumida en sus pensamientos. Cruzaron una calle. El policía lo hizo pocos segundos más tarde, a suficiente distancia para no ser advertido. La zona empezó a llenarse de viandantes. Visto el rumbo que llevaban, el agente entendió que se dirigían a las oficinas de Greenworld, cerca del mercado. El tráfico se hizo más denso. Le tocó sortear unas cuantas mulas, tres carromatos tirados a mano, un rebaño de cabras, dos vacas cruzadas en medio de la calzada; y todo eso sin perder de vista a la muchacha.
Los perseguidos, primero la jovencita y, a unos doscientos metros de ella, Colin, giraron a la derecha para tomar la calle principal, donde se encontraban las oficinas de la ONG. El policía entendió que quizá no tuviese otra ocasión. Empezó a tocar el claxon para abrirse paso entre el tumulto de animales y el sinfín de pequeños transportistas de mercancías hasta llegar a la altura de la chica. Frenó de golpe, salió del vehículo y se abalanzó sobre ella.
Bineka se vio agarrada por un hombre que tiró de ella sin piedad, arrastrándola hacia la calzada. Gritó con todas sus fuerzas, pero el ensordecedor tumulto de un día de mercado ahogó su voz a oídos de Colin.
Él, ajeno a lo que estaba sucediendo, seguía caminando con la vista puesta en el suelo, presa de una profunda conmoción por el horrible final de su compañera y muy afectado también por la reacción de Lola, rumiando la proposición de ir a Galicia y las dificultades que presentaba. Se sentía superado, destrozado, decepcionado con el país, harto de una gente que en el fondo eran unos desagradecidos, además de ruidosos e indiferentes, como los que ahora lo rodeaban... No entendía cómo aquella tierra, cruel hasta la indecencia, pagaba el desinteresado servicio de gente como Beatriz con la muerte; ella, una más entre tantos soñadores llegados a aquel asombroso continente con la única intención de ayudar. Gente que lo daba todo, sin reservarse nada. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com