Peregrina y extranjera (fragmento)Marguerite Yourcenar
Peregrina y extranjera (fragmento)

"Hay que indignarse, ciertamente, al ver como interviene la ley en la intimidad de la vida humana, y como deja en la llaga un hervidero de malentendidos... No obstante, desde los momentos más lúcidos del De Profundis, Wilde había intuido que fueron menos sus costumbres que su temperamento lo que hizo inevitable el escándalo: inquietante tendencia a sobresalir, afán de gustar a disgustar a toda costa, avidez de poeta por penetrar en un medio aristocrático y mundano que sobreexcitaba su imaginación (y si Lord Southampton fue, como parece plausible, el destinatario de los Sonetos, la maravilla, para un poeta sin ancestros, de amar a un ser joven, embellecido además por un blasón y un nombre de leyenda, debió tener también más o menos su importancia para Shakespeare), y finalmente, esa insolencia unas veces disimulada otras chirriante, esa incapacidad para soponar nada, que le hizo responder imprudentemente a una tarjeta insultante que otro, en su lugar, hubiese despreciado. La voz pública nos hace aquí el efecto de un coro en el que se desgañitan muchos necios e hipócritas, pero la tragicomedia se compone, en realidad, de sólo dos actores. Wilde, preocupado por comunicar a su loco amigo la extensión del desastre del que lo juzga, en parte, responsable‑, comienza asegurando, desolado, el perdón.
Este liberado sigue siendo un cautivo... El titulo de la obra, elegido por el albacea testamentario que la publicó, nos engañó durante mucho tiempo sobre la misma. Fragmentos elegidos entre aquello cuyo contenido poético o vaga religiosidad podía enternecer, estrictamente despojados de cualquier alusión personal, adquirían en su aislamiento una calidad desencarnada. El condenado parecía un converso: en lugar de una acusación, una homilía; en lugar de una epístola, un sermón. Una vez restablecido lo escrito, tenemos por fin la clave del texto: no encontramos, de página en página, más que las alternancias de exasperación y de agobio de un hombre desesperado por una carta que no llega. Ese salmo de la no penitencia no es más que una interminable llamada. De profundis clamavi ad te, Domine... Ahora sabemos que el Señor no era Dios.
¡Extraña ausencia de presciencia! En Intenciones, Wilde afirmaba que las obras perfectas son las que menos conciernen a su autor: su gloria, la suya, es autobiográfica. Se deseó pagano, en el sentido en que ese término pasa por significar una vida coronada de rosas; a su De Profudis lo atraviesa un toque fúnebre cristiano. Había maldecido el viejo culto al Dolor, que se vengó de él. Estigmatizaba a los discípulos ladrones de cadáveres, a los Iscariotes ascendidos a cronistas; este despojo y esta disección comenzaron para él estando aún en vida, y el amigo a quien tan apasionadamente invocaba, no supo callarse o quizá no mentir, después de su muerte. Se quiera o no, la anécdota final relega sus obras a la sombra, o proyecta sobre ellas unas extrañas luces que él no preveía. Pero ya Wilde, conscientemente o no, había derogado sus propios principios: tres al menos de las cuatro comedias que le dieron éxito y fortuna, Lady Windermere's Fan, An Ideal Husband y A Woman of No Importance giran en torno al tema que, probablemente, le obsesionó durante toda su vida: el miedo al escándalo. El apuesto Dorian Gray acaba siendo sospechoso y desprestigiado y la horrible putrefacción de su imagen en el retrato mágico responde a la reprobación social y mundana que crece en torno suyo. Desde el principio de su carrera, puede que el entusiasmo ‑tan frecuentemente expresado por Wilde‑ por el artista que lleva una máscara se asociara en él al sentimiento de necesidad de la máscara en un caso como el suyo y siendo la época lo que era. Pero las máscaras acaban por romperle."
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