Me quiere... no me quiere (fragmento)Mia Couto
Me quiere... no me quiere (fragmento)

"Y así, en esa inmovilidad, esperaba mi padre y esperaban los pescadores que querían ser bendecidos. Hasta que Agualberto hacía subir la mano y agitaba los dedos como si llamara invisibilidades. Desenrollaba un viejo paquete de cigarro y de él extraía unos polvos con parentesco de tabaco. Semejaban cigarros masticados por el tiempo y escupidos por el olvido. Los polvos eran lanzados sobre el anzuelo y la suerte se enroscaba en el anzuelo. Otras veces él anexaba al cebo cosas variadísimas: pedazos de espejo, cartas, conchas. Todo aquello seguía, mar abajo, convocando a las más buenas suertes.
Pero este hombre, mi padre, ¿cómo sobrevivía? De lejos, yo me curiosiagitaba. El viejo salía de casa todas la mañanas, restregaba los ojos por las tapias de las vecindades como si estudiara modos de desmirarlas. Iba en dirección al muelle. Allí se sentaba en el muro, recibiendo los infalibles mensajes. Certeramente, yo me destinaba en sus alrededores, cuando me dirigía hacia mis pesquerías. A veces, él me parecía tristón, el pecho mayor que las costillas. ¿Lloraba en el hombro del paisaje? ¿Lo estaría pisando el pasado o serían añoranzas de la tal extinta moza?
Se sentaba en el borde del muelle, recibía las brisas del Índico. El hombre ni producía palabra, solo sonidos desligados, cáscaras de conversación. Cuando hablaba, parecía que lamía la propia lengua. Balanceaba el tronco como árbol frente al ventarrón. ¿El cuerpo ponderaba lo contrario de la cabeza? Para mí, él rezaba, encendía mecha de palabra, en un eterno no-olvidar-ni-recordar, con añoranza de otras vidas.
Pero donde él hacía sus dineros era en la bendición de los anzuelos, garantizado éxito de las pesquerías. Y todas las mañanas los pescadores esperaban en la muralla mientras él desenrollaba el mismo viejísimo paquete de cigarro y abría un saco lleno de ofrendas. Yo me incluía entre los cazadores de pez. Esperaba en la larga fila mientras, allá encima, chillaban estridentes las gaviotas. Llegado mi turno, el miedo me tomaba y, en un desliz, me apartaba de la fila. Incontables veces yo volvía a alinear en aquella demora. Pero siempre, llegado frente al viejo, tropezaba en mí mismo y abandonaba el lugar. "



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