Aquitania (fragmento)Eva García Sáenz de Urturi
Aquitania (fragmento)

"Quedaban dos peligros: la reina viuda y Suger. Quedaban dos amantes: en breve hablaré de sus identidades. Quedaban dos retos: alejar a unos, unir a los otros.
Luy respondía a mis cuidados: los párpados dejaron de estar congestionados, por una fina ranura entre las pestañas le entraba ya la luz y cada vez era más hábil caminando a tientas. Era prodigioso verlo en las estancias del palacio, subiendo los peldaños sin ayuda y eligiendo su atuendo diario con precisión. Se diría que tenía más sentidos que el común de los mortales o que unos ojos se le habían desarrollado en las yemas de los dedos.
Los franceses celebraron la victoria como solo los francos celebran sus victorias: oraciones y misas, plegarias al Altísimo. El ejército de prelados que había acudido a San Denís se situó a la izquierda del altar. A la derecha, frente a Suger, los soldados presentes en el asedio, arrodillados, escuchaban el coro victorioso de las voces blancas de los niños.
Por ser jueves, a Luy le correspondía obrar sus milagros semanales y curar a los doscientos entregados escrofulosos. Se contaba por las callejuelas de París que la noche anterior había habido muertos y algaradas entre los que habían acudido desde todos los rincones del reino para ser curados por el rey victorioso y ciego.
Luy se estaba convirtiendo en leyenda, nada quedaba en el recuerdo de los suyos del débil Rey Niño. Si acaso, la falta de heredero era el único reproche del clero y de sus barones. Pero a los ojos de todos ellos, yo era la única culpable, y cada día pesaba más en las miradas de la corte la acusación de infecunda.
Aelith y yo contemplábamos aburridas todos los rituales del toque de reyes. No era necesaria mi presencia, así que nos escabullimos por una salida lateral de la catedral y cabalgamos con mi escolta a las afueras de París, donde había habilitado un pabellón de halcones gerifaltes que pocos conocían. Con ayuda de mi esposo había rescatado a los que sobrevivieron al ataque en Talmont y les había dado cobijo en un lugar al que yo pudiera acudir en una rápida cabalgada.
Pedí a mis escoltas que rodearan con discreción las vallas de circundaban el pabellón y nos adentramos en el pasillo cubierto para comprobar el buen estado de nuestras aves.
Enseguida comprendí que no estábamos solas, ya había detectado un par de caballos arrendados a un árbol por el camino. Uno de ellos me era conocido. Aelith también lo reconoció y noté que disimulaba bien, pero se ponía alerta: toda su espalda se tensó y apretó los muslos contra los lomos de su cabalgadura.
De repente vimos a una pareja retozando sobre la paja del suelo, escondida tras uno de los postes que servían de sostén a los halcones. Practicaban una postura no muy digna, pero era tarde para retirarse de allí y había que acercarse, qué remedio. "



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