Las mujeres de la muerte (fragmento)Gustavo Alvarez Gardeazábal
Las mujeres de la muerte (fragmento)

"Nadie alcanzó a ver pero todos oyeron. La balacera y la metralla retumbaron por todos los cañones de la cordillera. Era como una tempestad tras otra, era como un acumulado de truenos sin relámpagos, como una lluvia de ruidos sin agua. Iba por el San Marcos arriba y se metía de nuevo por la quebrada de San Agustín para volver a bajar por Los Trópicos, como devolviéndose.
Iniciaron la gazapera antesito de que Alonso Jiménez terminara de ordeñar sus vacas y el yip bajara desde Monteloro a recoger las cantinas. Primero creyó que era una borrasca y que el río Morales se había vuelto a desgañitar montaña arriba, pero como no vio una nube ni el viento sopló desde el páramo, entendió que era la tronaja de las balas, la ruidaja de las granadas y el retumbo de las metrallas.
A las once, cuando terminó de darles el cuido a los terneros y la ruidamenta no cesaba y más bien iba como aumentando, pensó que si no se había aparecido ningún helicóptero ni se veía en dónde era exactamente la batalla, el asunto se alargaría porque no estaban los del ejército y el trombón lo estaban tocando entre los otros.
Para los de Naranjal, arriba en el filo de Bella Vista, el testimonio les hurgó los oídos aunque no les permitió situar la gazapera sino hacia el mediodía, cuando se escucharon como diez cargas de profundidad y la humareda la alcanzaron a ver salir del cañón de La Granja, arribita de Monteloro.
Dagoberto, que había estado en Medellín cuando las bombas de Pablo Escobar, juraba que aquellas sonaban igual y que debía ser mucha la dinamita que estaban metiendo en el cañón. Por eso les dio miedo, pero como ni podían irse ni podían quedarse sin correr el riesgo de atender a los unos y a los otros y después responder a los que vinieran enseguida, se cubrieron de pavor y arropados en angustias quedaron esperando el retomo obligado de los combatientes.
Se les había vuelto ruta a todos. Era la lógica porque ellos montaron su caserío sobre el espinazo de la cordillerita que dividía las aguas de los ríos y les permitía, tanto a los que allí vivían como a los que recorrían el camino, ir como camelleros del desierto divisando los cuatro puntos cardinales.
Por eso al día siguiente, cuando ya los cielos estaban agrietados de tanta bala y los montes y cañadas adoloridos de tanto retumbar, cuando el miedo se les volvió una colcha infinita de retazos de esperanza, llegaron los muchachos. "



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