Las cicatrices de don Antonio (fragmento)Gustavo Alvarez Gardeazábal
Las cicatrices de don Antonio (fragmento)

"Calígula Restrepo fue bautizado como Carlos Humberto pero no había cumplido los trece años cuando ya sus compañeros del colegio de varones le acomodaron Calígula porque todo en él conducía a compararlo con el terrible emperador de la película.
Cuando los de su edad jugaban a las canicas, él amarraba los perros en celo y los dejaba unidos a las patas a la hora del amor. Cuando los demás aspiraban a coger unas latas de café en la cosecha para comprarse un par de zapatos nuevos, él ya tenía una pistola hechiza y con ella amenazaba detrás de los cafetos a los otros niños para quitarles la mitad de cada lata y así llenar la suya.
Sabía de masturbaciones colectivas, de orgasmos escandalosos con las burras de La Turquía, de convites a medio día en la casa de Mesalina y, desde entonces, de una secreta pasión por las mujeres y los hombres maduros.
Cualquiera habría creído que era un niño huérfano o que sus padres no le brindaron el cariño necesario y que entonces el infante que no ha dejado de ser, trataba de compensar la falta de afecto. Pero más contemplaciones, más ventajas y más apoyos que los recibidos por Calígula, no los tenía ningún niño en Alcañíz. Cuando llegaron las botas texanas a la miscelánea de los Echavarría, el primero que las lució fue el hijo de don Salvador Restrepo. Yo tuve que esperar hasta cuando llegué a la universidad y trabajé haciéndoles discursos a los gerentes de las empresas para poder llegar con un par de botas de esas al pueblo. La primera bicicleta de las nuevas, de marco bajito, la tuvo Calígula Restrepo cuando los padres de los muchachitos robados pusieron el grito en el cielo y él le dijo a don Salvador que eso lo hacía porque estaba reuniendo plata para una bicicleta.
Por supuesto, en los exámenes del colegio era un tramposo y en las clases un subversivo. No lo resistieron mucho tiempo y al cuarto grado ya había sido expulsado por mala conducta, no por mal estudiante puesto que siempre se las ideó para ganar los exámenes, para amedrentar a los profesores o para conseguir a quien copiarle las tareas.
En la medida en que le fueron creciendo las vellosidades en las partes púdicas, su afán de causar dolor con todo lo que tenia del vientre hacia abajo le fue mostrando como un sádico enfermizo y hasta las burras terminaron por cogerle miedo. Dotado de una masculinidad respetable, la usó siempre con afán, con fuerza tremebunda y solo cuando la veía atollada de sangre o convertida en un garfio excavador, cesaba en sus orgasmos de nunca acabar.
Inicialmente llevó a dormir a muchas mujeres con la facilidad del convencimiento que surgía, como lava lenta de su boca, achicharrando resistencias, pero cuando comenzó a usar armas de fuego y la plata que don Salvador le seguía dando, o la que robaba, le garantizaba el resto del poder, sus ejercicios sexuales se cargaron de amenazas, lo que resultaba grotesco, porque siempre los hizo con gente muy madura, que no necesitaba de la fuerza bruta para ir hasta allá. "



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