Historia del valiente Kasperl y de la hermosa Annerl (fragmento)Clemens Maria Brentano
Historia del valiente Kasperl y de la hermosa Annerl (fragmento)

"No supe cómo decirle que era escritor. No podía presentarme como hombre de estudios sin mentir. Curiosamente, un alemán suele tener reparo en decir que es escritor; no le gusta presentarse como escritor ante personas de estamentos inferiores porque tienden a asociarlo con los escribas y fariseos de la Biblia. La palabra «escritor» no tiene carta de naturaleza entre nosotros como el homme des lettres entre los franceses, que goza de un estatuto corporativo y desarrolla una actividad socialmente más reconocida e incluso se le pregunta: «Où ave-vous fait votre philosophie? (¿Dónde ha estudiado su filosofía?)». En este sentido el escritor francés es un hombre afortunado. Pero no es sólo esta falta de reconocimiento público lo que dificulta que el alemán se presente como escritor; es además cierto pudor que nos retrae, un sentimiento que atenaza a todo el que se ocupa de bienes liberales y espirituales, de dones inmediatos del cielo. Los hombres de ciencia están en mejor posición a este respecto que los poetas porque suelen costearse la carrera y ejercen tareas de Estado, parten troncos o trabajan en minas donde hay que extraer aguas salvajes. Un poeta está en la peor situación porque suele pasar del parvulario al parnaso, y un poeta de profesión y que no lo sea sólo incidentalmente resulta algo sospechoso. Es fácil que alguien le diga: «Mire, señor, el ser humano, además de tener cerebro, corazón, estómago, bazo, hígado, etcétera, lleva también la poesía en el cuerpo; pero el que sobrealimenta uno de estos órganos y lo destaca sobre los otros hasta crear en torno a él una profesión, tiene que sonrojarse del resto de su persona». Uno que vive de la poesía ha perdido el equilibrio, y un hígado de ganso hipertrofiado supone siempre un ganso enfermo. Todas las personas que no se ganan el pan con el sudor de su frente tienen que avergonzarse en cierto modo, y esto lo siente incluso el que no espera pasar grandes apuros por decir que es escritor. Estas consideraciones me llevaron a medir las palabras ante la anciana; ésta observó mi perplejidad y me miró con extrañeza:
—Le he preguntado qué oficio ejerce; ¿por qué no me lo quiere decir? Si no es un oficio honrado, al menos tiene usted el aire de haber elegido uno provechoso. ¿No será un verdugo o un espía que quiere sonsacarme algo? Por mí, puede ser lo que quiera; pero dígame quién es. Si se pasa los días aquí sentado, voy a creer que es un pegote, o sea un vago que se pega a las casas para no caerse de pereza.
Se me ocurrió una palabra que quizá pudiera servir de puente para su comprensión. "



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