Las guerras de Tuluá (fragmento)Gustavo Alvarez Gardeazábal
Las guerras de Tuluá (fragmento)

"Las mujeres que dieron testimonio ante el juez y después le contaron a sus hijos, y ellos a sus nietos, y los campesinos de La Bolsa, que miraban todo como quien no veía nada, desde la casa de los Merchán, y siguieron contando de boca en boca hasta que llegó la versión donde el cura Sendoya, coinciden en afirmar que, uno a uno, a los nueve hombres les puso el hierro caliente en su pecho para tratarlos como el ganado que iba a servir de disculpa para anotar su operativo. Pero como Bernal se sentía y actuaba como héroe y tenía que mostrar las presas de su acería, volvió a las alforjas y sacó su cámara Kodak, que había comprado en San Francisco cuando el barco que los traía de regreso de Corea hizo escala allí, y a los nueve campesinos torturados les tomó una fotografía.
Allí está, publicada en alguna de las páginas donde se recogen las infamias que en este país se han cometido, cuando el cura Sendoya hizo un par de años después la escandalera. Por esas cosas del destino, don Choni Carbonell, de la Kodak de Palmira, quien había revelado el rollo al capitán Bernal (trasladado unos días después del operativo al batallón Codazzi de Palmira), sacó una copia adicional, impresionado de lo que estaba viendo, y se la hizo llegar al cura Sendoya a través del padre Ovidio, el prior de los Carmelitas, que tenían la iglesia frente a su almacén Kodak de Palmira.
No se sabe qué pudo haber influido más en el fallo condenatorio que dictó el juez sin apelación contra Bernal y sus tribu de asesinos, si la fotografía de los nueve hombres antes de ser fusilados, uno tras otro, y marcados con el hierro del latifundista, o el testimonio de la viuda que narró en detalle los hechos, deteniéndose con entereza, pero con lágrimas en los ojos, en contar cómo Bernal y el cabo Carrillo les consiguieron, a cada uno, nueve palas en las fincas aledañas y los pusieron a cavar sus propias fosas y a cada uno lo fusilaron al pie de ellas para que todos quedaran, allá arriba, a la orilla del camino a Chaparral, donde dizque nadie los iba a desenterrar ni les irían a hacer autopsia, Pero a esos soldados asesinos los condenaron, no solo en el juzgado, sino en los periódicos, y aunque los cadáveres nunca fueron exhumados, los Merchán había sembrado sobre cada una de esas tumbas unos eucaliptos que hoy en día se ven desde río abajo, el mismo río en donde la sevicia de Bernal pretendió consumar la corona heroica de su gesta. Dejó a las mujeres gritando y sollozando, dándose golpes contra las paredes del aula de la escuela de La Bolsa, y se llevó a los catorce niños para la orilla del barranco, desde donde se deslinda, allá abajo, a cientos de metros, el río Bugalagrande, precipitándose tempestuoso de Las Hermosas. Mandó de nuevo, a las fincas vecinas, a conseguir lazos, y a cada niño les amarró una piedra al cuello para aventarlos y garantizar que morirían ahogados. Con lo que no contó fue que los cinco soldados que mandó a conseguir las cabuyas para amarrarles las piedras, narraron a los campesinos de la vereda que se amontonaban junto a la escuela donde las mujeres seguían gritando. Y como tanto a ellos como a los Merchán, que encabezaban el asombro, les pareció que había que actuar, cuando Bernal dio la orden de irlos aventando, el grito unánime de treinta o cuarenta campesinos horrorizados y los ruegos de los cinco soldados ante su capitán, lo impidieron. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com