Stefano (fragmento)María Teresa Andruetto
Stefano (fragmento)

"Durante la mañana, Stefano compra utensilios de cocina, una muda de vestir, zapatos, un sombrero y un corte de género para Lina; después, se acoda en el mostrador del bar, junto a otros hombres, y pide, como ellos, un vaso de vino y anchoas verdes.
Antes, nuestra casa olía a anchoas en salsa verde, mi casa al otro lado del mar, Ema, la casa de mi madre.
Ella picaba ajos con la cuchilla de asas, y yo me trepaba a su pollera negra, en la nariz el ajo, el perejil, el vinagre.
A mediodía se sienta al sol, en un banco de la plaza, frente a la iglesia. Es la hora en que termina la misa de once. Stefano se entretiene mirando a la gente, retazos de conversación que pasan a su lado y se alejan. Después cada uno se mete en su casa, y la plaza y él quedan solos.
En el silencio de la siesta, bajo el sol del otoño, se adormece. Cuando despierta, una perra le está husmeando los botines. Él saca un pañuelo y se los limpia; luego se acomoda la ropa y camina por la plaza, hasta que abren los negocios. Antes de meterse en la casa de rezagos, va hasta donde tiene atado el sulky, mete la mano en el bolsillo y le da al caballo unos terrones de azúcar.
En la vidriera abarrotada hay un instrumento para hacer música y por esa razón se ha quedado en la plaza hasta que abrieran. Adentro sólo está el dueño, un hombre ojeroso y calvo. Stefano le pregunta cuánto cuesta. El hombre dice una cifra y cuenta cómo lo ha conseguido: Lo trajo un negro, completamente negro, dice, nunca había visto de esa gente por acá. "



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