Alabama Song (fragmento)Gilles Leroy
Alabama Song (fragmento)

"Auntie Julia, las noches de recital, llevaba siempre gardenias en el pelo. Su hermana Aurora, que no tenía más ingresos confesables que los que conseguía cantando, actuaba con un vestido tan fino como el papel de fumar; y la única fantasía era un abanico de plumas con varillas de strass: un lujo sensual que me tenía fascinada. Tal y yo habíamos encontrado por fin un sitio cómodo, en la parte trasera del merendero y un punto de mira perfecto, una trampilla entornada por la que solo veíamos a las cantantes de espaldas. Auntie y sus hombros macizos, Aurora y sus bonitas nalgas desnudas bajo el vestido; y, de frente, como si fuese a nosotros a quienes miraban fijamente, todos esos hombres inflamados, con los ojos negros en estado de fusión. Una noche en que estábamos escondidas en ese sitio, como si nos hubiésemos colado en el espectáculo prohibido, dos clientes nos pillaron. ¡La cara que se les puso a aquellos hombres cuando cayeron en la cuenta de que había allí dos adolescentes blancas, las hijas del senador y del juez —aquellos mismos cuyo trabajo consistía en ahorcar bien ahorcados a los negros como ellos— y cuando empezaron a imaginarse las represalias si alguna vez al jefe de la policía y a sus hombres les llegaban noticias de aquella incursión! ¿Qué no se llegaría a decir? Que las habían violado, por supuesto, que las habían forzado a beber y, después, forzado a secas. ¿Y qué no llegarían a decir aquellas brujillas blancas y ricas para librarse de culpa ante sus padres, que eran dueños de la Ley?
Auntie tardó tres frases y veinte segundos en ponerme al tanto de la política. Y debo confesar que no me gustó. Ni a Tallulah tampoco. Porque estábamos estupendamente bajo la galería del merendero, oyendo la música, bailando, desaliñadas, sí, pero sin idea de crimen alguno, sin idea de provocar ningún crimen. Estábamos a gusto, bailábamos. Bailar no es un crimen.
Cuando me cortejaba, Scott me regaló un abanico grande de plumas de avestruz azules, que he llevado siempre conmigo, incluso al azar de mis traslados de hospital en hospital. Aquel abanico siempre encontraba lugar —cuando no utilidad— en un fuelle de la maleta. "



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