Sofía (fragmento)Amadeo Vives
Sofía (fragmento)

"Todas las cosas del mundo tienen un cuerpo y un alma. El cuerpo, como sabe todo el mundo sin necesidad de que lo digamos nosotros, es lo que impresiona inmediatamente nuestros sentidos; pero el alma, es algo misterioso y recóndito que sólo percibimos en las cosas, después, con la familiaridad y la continuidad en el trato.
El hombre de más roma sensibilidad, encerrado durante años y años en la oscura y tétrica habitación de una cárcel, llegará probablemente a percibir sensaciones de la vista, del oído, y aun del tacto, de una delicadeza extraordinaria, las cuales serán la admiración de otro hombre de gran sensibilidad que haya entrado allí por primera vez.
Distinguirá con toda perfección el rumor del aire del de las olas del mar; sabrá medir con exactitud las diferentes distancias de las voces lejanas; llegará a percibir mil secretos e imperceptibles ruidos de su cárcel, producidos ya por la humedad, ya por el tiempo —nada hay tan secreto, misterioso y patético como los ruidos del tiempo—; conseguirá «ver las tinieblas», según frase de Balzac; descubrirá, en fin, todo un mundo de movimientos y ritmos, de sombras y de luz en el reducidísimo espacio de aquella habitación lóbrega y solitaria.
Si salimos de la cárcel y entramos en la ciudad, y nos colocamos entre los espasmos de su agitación, y el torbellino de su movimiento, observaremos el mismo fenómeno; para ello sólo necesitaremos concentrar nuestra atención en algo determinado y concreto.
Que es lo que me ha ocurrido a mí, ¡oh sorpresa! observando los tranvías llamados cangrejos, por haberme visto obligado a utilizarlos durante años enteros. El
lector se sonreirá probablemente si le digo que a tales tranvías he llegado a encontrarles un contenido espiritual, un alma; y quizá no deje de asombrarse si afirmo que dentro de tal alma he percibido el sabor de la tragedia, de la fatalidad. Cuyo descubrimiento tan sólo es posible con un trato íntimo y constante.
Desde hace algunos años, todas las tardes tomo el tranvía en la Plaza de la Independencia. De Independencia al Prado el tranvía anda reposadamente, rutinariamente, como cuando se hace un trabajo sin interés y sin gusto. Podríamos hacer notar, sin embargo, ciertas particularidades de ritmo, por cierto muy interesantes, pero no nos parecen de este lugar, por ser comunes a toda clase de tranvías.
Cuando nuestro cangrejo llega al Prado, comenzamos a percibir en él como una vibración extraña, como un estremecimiento; inmediatamente notamos que el movimiento disminuye, hasta llegar a una cierta pausa; ¡pausa profunda y llena de emoción!, revelador propósito de concentración de fuerzas, como cuando contenemos el aliento, preparando algún esfuerzo grande, extraordinario. Involuntariamente pensamos en el orador cuando va a pronunciar el más elocuente de sus párrafos; en el tenor, cuando va a lanzar su más brillante nota; en el boxeador, cuando prepara el golpe decisivo; en aquel magnífico momento del caballo de carreras, cuando concentra en su mirar todas las fuerzas de su sangre y de sus nervios, preparando el brinco heroico que ha de salvar el último obstáculo y conducirle a la victoria.
De la misma manera, nuestro tranvía se lanza con vigor inaudito hacia adelante; y emprende la ascensión de la Carrera de San Jerónimo, con tal alborozo, con
tan juvenil bravura, que parece una cabra saltando por los montes. ¡Oh, momento supremo, alegre esperanza, ferviente entusiasmo de la ilusión, que no desmaya jamás ni ante el fracaso repetido cien veces al día, durante años inacabables! El tranvía avanza impetuoso, con los ojos fijos en un punto del espacio, al cual mira de hito en hito, como el sediento al agua, el hambriento al pan, el usurero a su tesoro, el desesperado de amor a la mujer idolatrada. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com