Ejercicio de confianza (fragmento)Susan Choi
Ejercicio de confianza (fragmento)

"Los códigos secretos no son emociones auténticas. Sarah y David no se están comportando con integridad. No paran de ser crípticos; esto no es un juego, señores, es la vida. La acostumbrada lluvia de reproches cae sobre sus cabezas cuando regresan a sus asientos sin rechistar. Saben que todos son testigos de su deshonra, pero para ellos es liviana, familiar, como la basurilla de los árboles en flor que les cae en el pelo cuando salen por la puerta y se les queda adherida. Afuera ya es marzo en la tardía primavera de su calurosa ciudad sureña. Incendios de azaleas que rodean las casas. Árboles de ramitas pegajosas. Por fin, David tiene dieciséis años, y su madre y su padrastro, como le prometieron, le han comprado un coche. David lleva a Sarah a su casa, y aunque su compañerismo es tenso y silencioso, Sarah se sienta en el asiento del copiloto, que huele a nuevo, como si fuera montada en el ala de una fabulosa bestia. Que es David, y que aun así lo lleva también a él. Los dos sienten una alegría sin esperanza que nunca confesarán. Así que esto es lo que podrían haber tenido. Cruzar volando su ciudad sin que nadie los vea, con sus brazos templando el estrecho abismo en el que monta guardia entre ellos la palanca de cambios.
En la entrada marcada con una equis de tiza, Sarah sonríe y da las gracias, David sonríe y se despide. Sarah se da la vuelta para no ver cómo se aleja. David evita mirar los retrovisores para no ver cómo se queda, cada vez más pequeña. Su tristeza es ahora un secreto en común, y acaso eso es bastante. Para ir más allá, necesitan supervisión, intimidación, las limitaciones anejas que obtuvieron por primera vez del señor Kingsley pero que están disponibles en muchos otros lugares, las innumerables maneras de ser crípticos, de comportarse con escasa integridad, aunque nunca, los dos lo saben, sin auténtica emoción. Sea lo que sea lo que tienen, es auténtico. En eso el señor Kingsley estaba equivocado.
Cuando los ingleses estaban por fin a punto de llegar, hasta sus anfitriones se habían olvidado de ellos. El señor Kingsley había anunciado su llegada el septiembre pasado, y desde entonces había transcurrido ya toda una vida. El septiembre pasado Manuel todavía era insignificante. El septiembre pasado Greg Veltin era aún el ídolo inalcanzable de todas las chicas vírgenes. El septiembre pasado acababan de emprender las repeticiones con el fervor acumulado durante una larga espera, y no habían fracasado hasta el punto de tener que oír al señor Kingsley declarar, como había hecho esta semana, que nunca sus alumnos de segundo le habían decepcionado tanto como ellos. El septiembre pasado no habían caído aún en desgracia; pero ahora esas antiguas circunstancias, al recordarles lo que habían sido, también les brindaban la ocasión de empezar de cero. A ojos de los respetables visitantes, que no los habían conocido de otra manera, sacarían lo mejor de sí mismos.
Los ingleses eran un grupo de teatro de una escuela secundaria de Bournemouth, una ciudad de Inglaterra. Tenían solo quince y dieciséis años, y por eso se había otorgado a los alumnos de segundo el gran honor de alojarlos. El septiembre pasado el señor Kingsley los reunió en la sala de ensayos, dio la vuelta a su silla y se inclinó hacia ellos con seguridad. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com