Europa, un relato necesario (fragmento)José Enrique Ruiz-Domènec
Europa, un relato necesario (fragmento)

"La revuelta decembrista fue un ejemplo de improvisación, de torpeza y de falta de rigor; todo muy ruso. En pocas horas, las fuerzas amotinadas, que en realidad no sabían qué hacer, fueron rodeadas por el ejército del rey, con cañones, y este no dudó en disparar contra ellos; murieron casi un centenar y el resto huyó a la desbandada. Luego, ocurrió lo peor. El zar ordenó crear la Tercera Sección, una policía secreta, cuya principal misión era el espionaje de los intelectuales, incluido Puskhin, al que sin embargo le daban rienda suelta porque la gente le consideraba algo así como un «bien nacional» ruso. Ni siquiera el frío Nicolás se atrevió contra él; más bien usaba la ironía como cuando ante una crítica contra él de un periódico aconsejó a su ministro: «Exijo que en adelante no se publiquen más críticas literarias, o mejor, clausure el periódico».
La espontánea confesión del zar pone de manifiesto la división en Rusia entre los intelectuales y la sociedad mundana: «Ellos y nosotros», dijo Alejandro Herzen. Los intelectuales se creen la encarnación del pueblo: de Gógol a Dostoievski, solo vemos por sus libros cómo eran las masas en el interior de sus casas, de su conciencia, de sus temores; pero al lado de esta fe en el pueblo ruso, en su alma, hay otra que acepta el poder autocrático del zar capaz de reinar sobre todas las tierras de Rusia sin atender lo que en ellas ocurre.
La memoria de la represión de diciembre de 1825 llena el desesperado vacío entre la razón y el sentimiento, entre las ideas europeas y las imágenes asiáticas. El patíbulo había sido levantado deprisa y con torpeza en la explanada de la fortaleza de San Pedro y San Pablo. Un día brumoso. A las tres de la madrugada fueron conducidos los condenados. Les arrancaron las hombreras y los uniformes, arrojándolos a una hoguera. Todos los carceleros estaban borrachos y comenzó la carnicería; tardaron horas en ahorcarlos; parecieron siglos. Una chapuza. Nada más ajeno al espíritu de la época que ese zar cruel, encerrado en la prisión que él mismo había mandado construir del tamaño de una nación. Entender el hecho fue la misión de la cultura rusa en las siguientes décadas, en lugar de prestar atención al ritmo de vida en Europa que, justo en 1825, dio una señal de alarma de que el futuro no estaba demasiado claro.
El mismo 14 de diciembre de 1825, una sucesión de noticias confusas amenazó con destruir el Banco de Inglaterra, institución clave para la estabilidad del mundo. Los europeos se encontraron ante la mayor crisis financiera de la era moderna. Se había llegado a esa situación por los excesivos recursos empleados en las guerras contra Napoleón y, sobre todo, por los argumentos empleados a la hora de concederlos: la empalagosa cursilería patriótica que llevó a vender veinte millones de libras en valores para subsidiar a los aliados, la irresponsable soberbia para financiar con créditos a los aventureros más variopintos que se presentaban en Londres con la única garantía del odio a Bonaparte, la creencia en el metálico como única forma de pago, que llevó en pocos días a entregar más de un millón de soberanos de oro para afrontar las demandas de la gente en un ataque de pánico. "



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