El azor (fragmento)T.H. White
El azor (fragmento)

"Fue un domingo de sabor acre. Para empezar, una pulga había penetrado de algún modo las defensas de mi fortaleza. No había conseguido despertarme más que hasta el borde de la consciencia, porque los azoreros dormimos profundo, pero me había picado por todas partes. Después, dado que se nos permitía dormir hasta las nueve los domingos, me despertó el lechero. Me levanté, cubierto de picaduras de pulga y totalmente consciente de que era un día sagrado, y puse la tetera a hervir; acto seguido, desnudo en la silla de la cocina con los pies en una palangana con amoníaco y agua caliente me lavé cuidadosamente las picaduras, me puse ropa interior limpia y un traje negro, me hice una taza de té, recogí a Gos de la halconera y caminé tres kilómetros a través de los campos hasta la iglesia. Lo dejé fuera sobre una lápida, con la setter vigilándolo y el guante.
Mi vecina había cocinado una buena comida de domingo, y hacia la una y media estimé que Gos, que ahora estaba posado en el arco del jardín, estaría lo suficientemente hambriento como para volar un par de metros a por su comida atado con una lonja más larga de lo normal; pero juzgué mal. Desde ese momento hasta las ocho de la noche me senté en el sillón de la cocina junto a la puerta trasera, en el campo visual del azor, y cada quince minutos caminaba alrededor de él con un trozo de comida. Cuando no le ofrecía estos sobornos, trataba de hacer frente, desde la silla y el resto de sitios, a otro aspecto del amansamiento previamente no mencionado.
Debe recordarse que un azor es el miembro más nervioso de una familia que respira mucho más rápido que el ser humano, y que en este último una respiración agitada y un corazón que late con esfuerzo son un signo de locura. Para Gos, el mundo era un lugar en el que la vida ocurría a un nivel mucho más intenso que el mío, un lugar en el que veía más lejos y más rápido que yo. Para él era todo peligro y exageración, la vida era una alerta mucho más tensa que cualquier cosa que conozcamos. Sin importar cuán rápido hubiese tratado de mover la mano hacia su cabeza, siempre habría girado la cabeza antes en la dirección de la mano. No solo lo molestaban las palabras en tono enfadado, los ceños fruncidos, los desconocidos o los ruidos fuertes, sino también los movimientos bruscos. Al principio de su amansamiento había tenido que controlar mis acciones, y en la medida de lo posible las de otra gente, de forma que no estuviese expuesto a nada súbito, sonora o visualmente. Sin embargo, obviamente, no podía permitir que esta situación continuase el resto de su vida. Por mi bienestar y tranquilidad, tenía que acostumbrarlo a las cosas imprevistas, a no ser que quisiera vivir el resto de mi vida moviéndome lentamente. Ahora, por tanto, tenía que conseguir que tolerase movimientos menos relajados que los que me había visto obligado a hacer hasta el momento. Con él en la mano izquierda, levantaba la derecha rápidamente para quitarme un cigarrillo de la boca, y el resultado era una debatida. Tendría que repetir el movimiento una y otra vez, a intervalos variables de tiempo, hasta que se acostumbrase a un cigarrillo rápido. Sentado en aquel sillón dominical, me levantaba de un salto, me movía de forma inusual o hablaba alto y de golpe. Tendría que volver a hacer cada experimento cien veces, hasta que empezase a aceptarme como una criatura espontánea no necesariamente estática.
Otro problema era que estaba vestido con mi traje negro de los domingos. Hasta entonces había llevado a propósito, y quizá equivocadamente, los mismos pantalones de montar y la misma chaqueta a cuadros siempre, con la esperanza de que se acostumbrase a la misma persona desde la óptica de su ojo brillante. A la hora del té me puse de nuevo esa ropa, salvo por las medias. Desde entonces se mostró más amigable, aunque no paraba de mirarme las piernas, y no fue hasta las ocho que, habiendo fracasado en mi intento de que viniera, lo recogí con cuidado, le di un pequeño trozo de hígado y lo llevé tranquilamente a acostarse. "



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