Memorias de un comunista (fragmento)René Avilés Fabila
Memorias de un comunista (fragmento)

"Cuando estaba en la Juventud Comunista discutíamos si la alternativa para apresurar la anhelada revolución era agudizar las contradicciones. Y para agudizarlas tendríamos que poner bombas en diversos lugares, sabotear, causar desconcierto. Por ejemplo, un camarada, que ahora trabaja en la presidencia de la República, tenía un plano con todos los puntos claves para dinamitar: incluía la refinería de Pemex y el canal del desagüe. Yo, discretamente, proponía algunas casas comerciales en las que mi madre debía dinero. Nunca pusimos una bomba, pero Gerardo de la Torre acostumbraba, en compañía de las hermanas de José Agustín (la Muñeca y la Yuyi), treparse a los autobuses, echar un breve discurso exhortando a los usuarios a tomar el poder, a conseguir armas para derrocar a la burguesía y luego, ante el desconcierto de las personas que como de costumbre iban hacinadas, la Muñeca, que en esos tiempos era una mujer muy atractiva, pasaba con un bote pidiendo para la causa.
Otras veces, José Agustín y me parece que Oscar Lugo y Juan José Belmonte iban a los cines y a media película, antes de acabarse sus palomitas y sus coca-colas, arrojaban volantes exigiendo el cese de la agresión norteamericana en Cuba.
El trabajo político tanto en la Juventud como en el Partido se centraba (como hoy) en las universidades estatales y básicamente en la UNAM. No recuerdo que alguien fuera a las fábricas a politizar obreros. A cambio, todos caían sobre los jóvenes de nuevo ingreso para mostrarles las virtudes de la nueva revolución, la que haríamos en muy breve tiempo. Por años, tal vez siglos, la izquierda mexicana ha encontrado un refugio seguro en las universidades, olvidándose de que la vanguardia debería ser proletaria.
Por otra parte es curiosa la gradual metamorfosis de un joven izquierdista. Por regla general llega a una universidad convertido en corajudo luchador, trata por todos los medios a su alcance de destruir el sistema, se enfrenta a quienes él supone lo representan, sus familias y autoridades. Pero poco a poco va cambiando; su ropa desaliñada pasa a ser un traje y una corbata cuando está por terminar sus estudios. El lenguaje agresivo y salpicado de palabras altisonantes se dulcifica al hacer la tesis. Por último, el aguerrido luchador revolucionario sale convertido en un profesionista decente, listo para ingresar en cualquier secretaría de Estado o bien en una dependencia privada. El sistema que antes quiso destruir, ahora lo absorbe o lo capta, como dicen los politólogos de nuevo cuño.
Ya como maestro de la Facultad de Ciencias Políticas, frecuentemente escucho quejas agresivas de mis alumnos: Maestro Avilés, en sus libros no aparecen obreros ni campesinos, la lucha de clases es inexistente. A tal acusación, siempre respondo con bromas: Es que jamás he visto uno, ah sí, los obreros que construyeron mi casa y los campesinos que cuidan mis jardines. Por supuesto, no entienden la broma: ¿conoce usted algún izquierdoso que tenga sentido del humor? Así que los alumnos de los primeros años me han considerado enemigo de clase, mientras que los de maestría y doctorado llegan a pensar en que soy un poquito radical, a veces. "



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