Venecia. El león, la ciudad y el agua (fragmento)Cees Nooteboom
Venecia. El león, la ciudad y el agua (fragmento)

"Ahora bien, antes de esto, habían sucedido otras cosas. La política del Vaticano orientada hacia España, como consecuencia de la lucha de este país contra la rebelión protestante en los Países Bajos, no gustaba ni lo más mínimo en Venecia, de modo que se produjo también un conflicto en el ámbito de la política exterior. Por otro lado, en la propia Italia, el papa se había apoderado de Ferrara, acercándose así peligrosamente a Venecia, lo que causaba
también gran inquietud al dux Grimani. En la Europa de aquellos días, Venecia desempeñaba un papel importante, y, en la lucha contra Roma, la ciudad tenía a su disposición al monje Sarpi como consejero teológico, así rezaba su título oficial, un consejero capaz de enfrentarse al papa y a la curia. La ciudad que había sido excomulgada continuó haciendo su vida con normalidad, y, dado que Venecia y Sarpi ganaron aquella batalla y las subsiguientes, el monumento al monje se mantiene en pie en la Strada Nova.
Aquello fue como si hubiera soplado un viento reformador procedente de la laguna. La carta que Sarpi dirigió a la Iglesia no se andaba con rodeos, y el papa percibió un olor a herejía. Que el hereje fuera un monje admirado por sir Henry Wotton, el embajador inglés en Venecia, demuestra el alcance europeo del juego. Experto en jurisprudencia canónica, Sarpi sabía cómo elegir sus palabras. Por «una ley “divina” que ningún poder humano puede derogar, los príncipes poseen la potestad de promulgar, dentro de sus jurisdicciones, leyes referidas a cuestiones temporales y terrenales: las amonestaciones de Su Santidad no
poseen ningún fundamento, porque los asuntos aquí tratados no son espirituales, sino terrenales».
El término «temporal» empleado por Sarpi significaba en su época «de este mundo». El mensaje fue un duro golpe, y el 16 de abril de 1605 el papa anunció que, si Venecia no se rendía, se exponía a la excomunión. La respuesta de la ciudad llegó el 6 de mayo. El nuevo dux, Leonardo Donà, anunció que en los asuntos de este mundo no reconocía ninguna autoridad superior a la de la propia majestad divina. El resto del mensaje está en la misma línea: Venecia no escucha y ordena al clero de la ciudad que siga cuidando de las almas y oficiando la misa, porque la República tiene el firme propósito de perseverar en la santa fe católica y apostólica y en la observancia de la doctrina de la Santa Iglesia de Roma. A continuación, el dux, aconsejado por Sarpi, ordena expulsar de la ciudad a los jesuitas, dado que éstos eran, según explica Norwich, firmes partidarios del papa a causa de su defensa de la causa española. Los jesuitas quieren abandonar la ciudad por iniciativa propia en una solemne procesión ante los ojos de todo el mundo, pero por la noche serán sacados de sus camas, con lo que se malogra el gran truco propagandístico que habían previsto. Eso hubiera sido otra escena fantástica para una ópera. En resumidas cuentas, toda esta historia,
que se propagó por Europa como la pólvora, supuso una derrota para el papa y la curia. La excomunión se levantó en 1607, pero el papa aún no había acabado con el monje. En su History of Venice, John Julius Norwich ofrece una versión menos subjetiva que la del antipapista Robertson. Cuenta que Paolo Sarpi mantuvo la calma en medio de las controversias y reformula una y otra vez cuál fue en realidad el asunto principal. «Para unos, Sarpi era un anticristo, para otros, un arcángel. En Venecia, la gente se postraba ante él para besarle los pies; en Roma y Madrid sus obras se quemaban en público. (…) Inevitablemente, se requirió su comparecencia ante la Inquisición y, como era previsible, él se negó a presentarse». En Europa, Holanda e Inglaterra le ofrecieron apoyo, Francia no se atrevió a pronunciarse con claridad, pero Venecia sabía que Enrique IV estaba de su lado. "



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