Un trozo de carne (fragmento)Jack London
Un trozo de carne (fragmento)

"El público aplaudió, y volvió a aplaudir cuando el propio Sandel saltó por entre las cuerdas y se sentó en su rincón. Desde el suyo, Tom King lo miró con curiosidad, pues pocos minutos después se verían enredados en un implacable combate, y cada uno trataría, con todas sus fuerzas, de dejar inconsciente al otro. Pero pudo ver muy poco, pues Sandel, al igual que él, llevaba pantalones y suéteres sobre su vestimenta de pugilista. Su rostro era enérgico y hermoso, coronado por una rizada mata de cabello amarillo, en tanto que su grueso cuello musculoso insinuaba la magnificencia del físico.
El joven Pronto fue hacia una esquina, luego a la otra, estrechó las manos a los pugilistas y se dejó caer fuera del cuadrilátero. Los desafíos continuaban. Cada uno de los jóvenes trepaba por entre las cuerdas, jóvenes desconocidos pero insaciables, que gritaban a la humanidad que con fuerza y destreza se medirían con el ganador. Unos años antes, en su propio apogeo de invencibilidad, a Tom King le habrían divertido y aburrido esos preliminares. Pero ahora se sentía fascinado, incapaz de borrarse de los ojos la visión de la juventud. Y esos jóvenes no dejaban de trepar en el juego del pugilismo, saltaban a través de las cuerdas y gritaban su desafío; y siempre había veteranos que caían delante de ellos. Trepaban al éxito por sobre los cuerpos de los viejos. Y seguían llegando, jóvenes y más jóvenes -una juventud inextinguible e irresistible-, y siempre eliminaban a los veteranos, se convertían en veteranos a su vez y hacían el mismo recorrido descendente, en tanto que detrás de ellos, empujándolos siempre, se agolpaba la eterna juventud, los nuevos niños, que crecían vigorosos y derribaban a sus mayores, y detrás de ellos otros niños, hasta el final de los tiempos, una juventud que quería hacer su voluntad, y que jamás moriría.
King miró hacia el grupo de la prensa y saludó con la cabeza a Morgan, del Sportsman, y a Corbett, del Referee. Luego extendió las manos, mientras Sid Sullivan y Charley Bates, sus segundos, le colocaban los guantes y los ataban con fuerza, vigilados de cerca por uno de los segundos de Sandel, quien primero examinó con expresión de crítica las vendas de los nudillos de King. Uno de sus propios segundos estaba en el rincón de Sandel, cumpliendo con una función similar. Sandel se había quitado los pantalones y cuando se puso de pie le quitaron el sweater por sobre la cabeza. Y Tom King vio la juventud encarnada, de pecho ancho, pesados músculos que se deslizaban y movían como cosas vivas debajo de la blanca piel satinada. Todo el cuerpo hervía de vida, y Tom King supo que era una vida que nunca rezumó su frescura a través de los doloridos poros, en las largas peleas en que la juventud pagaba su tributo y se iba, no tan joven como había llegado.
Los dos hombres avanzaron para encontrarse, y cuando sonó la campana y los segundos salieron estrepitosamente del cuadrilátero, con los taburetes plegadizos, se tocaron las manos y en el acto adoptaron sus actitudes de combate. Y al instante, como un mecanismo de acero y muelles, equilibrado sobre un disparador sensible, Sandel entró y retrocedió y volvió a entrar, lanzó una izquierda a los ojos, una derecha a las costillas, esquivó el contragolpe, se apartó bailando con ligereza y se volvió a acercar bailando, amenazador. Era veloz e inteligente. Ofreció una exhibición deslumbrante. El público gritó su aprobación. Pero King no estaba deslumbrado. Tenía tras de sí muchos combates y demasiados jóvenes. Conocía los golpes como lo que eran: demasiado veloces y demasiado diestros para ser peligrosos. Resultaba evidente que Sandel precipitaría las cosas desde el comienzo. Era de esperarse. Era el modo de la juventud, que gastaba su esplendor y excelencia en una salvaje insurgencia y en un ataque furioso, para abrumar a la oposición con su ilimitada gloria de fuerza y deseo. Sandel avanzaba y retrocedía, estaba aquí, allá y en todas partes, ligero de pies y ansioso de corazón, una maravilla viviente de carne blanca y punzantes músculos que se entretejían en una enceguecedora trama de ataque, se deslizaba y saltaba como una lanzadera volante, de acción en acción, a lo largo de un millar de acciones, todas ellas concentradas en la destrucción de Tom King, quien se interponía entre él y la fortuna. Y Tom King soportaba con paciencia. Conocía su oficio, y conocía a la juventud, ahora que ésta ya no le pertenecía. No se podía hacer nada hasta que el otro perdiese un poco de vapor, pensó, y sonrió para sí cuando se escurrió en forma deliberada para recibir un fuerte golpe en la parte superior de la cabeza. Era un acto maligno, pero en todo sentido justo según las reglas del pugilismo. Se sobreentendía que un hombre debía cuidar sus nudillos, y si insistía en golpear a su contrincante en la coronilla, lo hacía por su cuenta y riesgo. King habría podido agacharse aun más y dejar que el golpe pasara silbando, inofensivo, pero recordó sus primeras peleas, y cómo se trituró el primer nudillo en la cabeza del Terror Galés. No hacía más que seguir el juego. Esa acción de agacharse había demolido uno de los nudillos de Sandel. Y no es que a éste le importara ahora. Seguiría adelante, soberbiamente indiferente, golpeando con el mismo vigor a todo lo largo del combate. Pero más adelante, cuando las prolongadas peleas comenzaran a producir su efecto, lamentaría el nudillo y recordaría cómo se lo había aplastado en la cabeza de Tom King. "



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