El egoísta (fragmento)George Meredith
El egoísta (fragmento)

"La mañana de la carta de respuesta de Lucy Darleton a su amiga Clara fue hermosa antes del amanecer con los luminosos colores que son un augurio para el campesino. Clara no estaba tan atenta al clima como para ver el este escarlata ni albergaba un lugar en ella para la belleza. Lo contemplaba como la puerta de una promesa y palpitaba aliviada recordando las cosas radiantes que una vez había soñado que rodearían su vida, pero su pulso acelerado
limitó sus pensamientos a la maquinaria de su proyecto. Ella misma era metal y señalaba un solo propósito al moverse. Nada lo perjudicaba, todo lo alimentaba: mentiras piadosas, evasiones, los serenos batallones de mentiras blancas marchando en paralelo a delicadas falsedades. Se había provisto de muchas el día anterior en su preparación del actual. Era urgente prepararse y lo hizo generosamente, arrojando la carga del engaño sobre la extraordinaria presión. «Necesito la mañana temprana; el resto del día seré libre». Se lo dijo a Willoughby, a la señorita Dale, al coronel De Craye y solo a la tercera fue consciente de la deliciosa ambigüedad. Por eso la asoció con el coronel.
Nuestro grito más elevado contra el desgraciado que rompe nuestras reglas consiste en preguntar cómo esa meticulosa persona ha podido hacer esto o lo otro además de la ofensa principal, que manifestamos que podríamos pasar por alto si no fuera por las objeciones menores que pertenecen a la conciencia, las incomprensibles y abominables mentiras, por ejemplo, o la descarada frialdad de mentir. Sin embargo, sabemos que vivimos en un mundo indisciplinado en el que, en nuestras temporadas de actividad, servimos a nuestros propósitos, que provienen de nuestras pasiones y ellas de nuestra posición. Nuestros propósitos nos configuran para el trabajo que hemos de hacer, las pasiones gobiernan el barco y la posición es su defensa: si la conciencia fuera un pasajero a bordo, una mera oscilación de nuestra embarcación la atontaría como si fuera el involuntario huésped de un capitán pirata que esquiva al crucero a través de rocas y bancos de arena para salvar su bandera negra. Cuidado con la falsa posición.
Es fácil decirlo. A veces la maraña desciende sobre nosotros como una plaga sobre un rosal. Hay entonces un instante decisivo para tener el valor de cortarla o desesperarnos por no haberlo hecho. No hay muchos hombres adiestrados para el valor; las mujeres han sido adiestradas para la cobardía. Para ellas, enfrentarse a un mal hablando con llaneza es ser culpables de descaro y de deshacer el pulido de cera de su pureza y, con ello, de su posición de mando en el mercado. Han sido adiestradas para complacer los gustos del hombre y, con ese propósito, aprenden enseguida a vivir para sí mismas y mirarse a sí mismas como él las mira, sin apenas turbarse por lo que no queda al descubierto. Sin valor, la conciencia es un invitado lastimoso y, si todo va bien con el capitán pirata, la conciencia tendrá que pasar por la plancha por no ser útil a ningún partido. "



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