Mito y Epopeya (fragmento)Georges Dumézil
Mito y Epopeya (fragmento)

"Un día que estaba en la terraza de uno de sus palacios, contemplaba los campos verdeantes que rodeaban su morada, y al mirar a lo lejos no veía sino verdor. Y mientras, encantado con aquella prueba visible de los buenos cultivos, gozaba y recreaba sus ojos ante la belleza de ese espectáculo, avistó en lontananza, en un intersticio de verdor, un objeto negro sobre fondo blanco. Al dar la orden de que enviaran allá a toda prisa a un hombre que investigara qué era aquello, el mensajero, a su regreso, contó que un hombre que iba de aldea en aldea, completamente ebrio, se había caído en el campo como un cadáver y que un cuervo, habiéndose lanzado sobre él, le había arrancado los ojos. Kay Kobād, muy preocupado por este hecho, mandó proclamar la prohibición de beber vino y las penas más severas contra los bebedores. Entonces el pueblo se abstuvo de beber vino durante algún tiempo.
Ahora bien, sucedió que un día un león se había escapado de su jaula y nadie había podido capturarlo ni llevarlo de vuelta a su encierro, hasta que acertó a pasar por ahí un joven que lo sujetó de las orejas, lo montó como se monta un asno, lo hizo andar dócilmente y luego lo entregó a sus guardianes. Se informó de esta aventura a Kay Kobād, que se asombró mucho y dijo: “Ese joven no puede ser sino un loco o un ebrio”. Lo mandó comparecer ante su presencia y le dijo: “Dime sin mentir cómo has podido ser tan temerario para montar al león y estarás exento de culpa”. El joven respondió: “Sabe, ¡oh rey!, que amo a una prima mía, que lo es todo para mí en el mundo. Tenía yo la promesa de mi tío de dármela en matrimonio, pero él ha faltado a su palabra y la ha casado con otro, a causa de mi humilde posición y de mi pobreza. Cuando lo supe, estuve a punto de matarme y mi desesperación fue extrema. Entonces, mi madre, que se compadeció de mí, me dijo: ‘Esto, hijo mío, es una pena que no podrás superar sino con tres copas de vino, que te apaciguarán algo’. ‘Pero ¿cómo podría beber vino —repliqué—, dada la prohibición que ha proclamado el rey?’ Ella me aconsejó: ‘Bebe a escondidas; la necesidad convierte en lícita la cosa prohibida; además, ¿quién te denunciará?’ Entonces, bebí algunas copas después de haber comido kebab, salí con toda la fuerza que dan el vino, la juventud y el amor, y realicé mi proeza con el león”. El rey, asombrado, mandó llamar al tío del joven y le ordenó disolver el matrimonio de su hija y de su yerno para casar a la muchacha con el sobrino. El tío cumplió la orden y Kay Kobād le hizo un regalo. Llamó al joven a trabajar cerca de él y lo ayudó a superar su mala fortuna. Luego ordenó que se hiciera al pueblo esta proclamación: “Bebed tanto vino como sea necesario para poder cazar a un león, ¡pero absteneos de beber hasta caer en un estado en que los cuervos os arranquen los ojos!”. El pueblo volvió entonces a su costumbre de beber vino, pero evitando llegar hasta la ebriedad total.
Se reconoce aquí un tema muy difundido del folclor de las bebidas alcohólicas: por alguna razón, un rey prohíbe su consumo; alguien que contraviene la prohibición es llevado a comparecer ante el rey, y con su ingenio el infractor salva la cabeza; por otra parte, a veces se levanta o se suaviza la prohibición. En el Cercano Oriente esta historia se atribuye a diversos sultanes, pero se ha detectado una variante de ella hasta en el norte escandinavo. Saxo Gramático cuenta, en efecto, que en el reinado del rey fabuloso Esnio, un terrible mal tiempo arruinó las cosechas y provocó la hambruna.  Al advertir que se consumía en cerveza más que en alimento sólido (cum aliquanto maiorem bibulorum quam eda cium impensam animaduerteret), el rey prohibió las tabernas (conuiuiorum usum abrogans) e incluso prohibió toda elaboración de cerveza. El pueblo se sometió, salvo un quidam petulantioris gulae que, en tres diferentes ocasiones, gracias a estratagemas de divertido ingenio (a ridiculi operis acumine), infringió el decreto y se justificó así ante el rey: la primera vez, en lugar de “beber”, “lamió” la cerveza; después “hizo que bebieran” cerveza unos pastelillos (crustulis), que “se comió” enseguida, procurándose así indirectamente la ebriedad deseada (capace liquoris offula uescebatur cupitamque crapulam lento gustu prouexit), y en la tercera ocasión se puso a beber públicamente y, cuando el rey lo interrogó por última vez, le explicó que lo hacía por amor a él, el rey, que continuaba haciendo cerveza a pesar de la prohibición a fin de que, el día de las honras fúnebres del monarca, no faltara la bebida para las indispensables libaciones funerarias. Esta ironía (cauillatio) avergonzó al rey, que levantó la prohibición. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com