La historia continúa (fragmento)Georges Duby
La historia continúa (fragmento)

"Los encargos empezarían a llegar rápidamente, en 1951, antes de que terminase la tesis. Quizá el primero, en todo caso el más importante, me lo pasó Paúl Lemerle, el gran historiador de Bizancio que, como Perrin, aunaba a la erudición más exigente una gran amplitud de miras. Nuestra amistad, inaugurada por el ofrecimiento que me hizo, me daría ánimos a lo largo de toda mi carrera. El acababa de asumir la dirección de una colección de manuales de enseñanza superior, como las que se creaban entonces periódicamente, que ofrecía a los estudiantes y a sus profesores sólidas herramientas de trabajo, útiles. En cada volumen, acompañados de un repertorio bibliográfico y una selección de documentos comentados, había un texto de síntesis que presentaba claramente, sin excesivo recargamiento, el estado de las principales cuestiones. Me invitaron a trabajar de ese modo sobre la economía rural en el Occidente medieval. El proyecto era excitante. No había precedente alguno. No tenía más apoyo que mi propia experiencia, lo que había aprendido explorando una zona rural muy restringida en un breve período. Necesitaba salir de esa estrechez, expansionarme —la brusca amplitud que me vino impuesta fue para mí en aquella etapa de mi andadura altamente beneficiosa—, abarcar con la mirada un campo inmenso, estudiar en Europa entera, desde el siglo VIII hasta el siglo XV, el mundo rural, es decir, en aquella época, casi todo. Tuve que leer mucho, muchísimo. En la obra cité ciento sesenta y seis publicaciones en las cinco lenguas a las que tenía acceso. Un crítico, un profesor de Oxford al que sin duda había irritado por haber alabado con calor los méritos de los historiadores de la economía de Cambridge, afirmó que seguramente no lo había leído todo. Se equivocó. De hecho fue un trabajo de chinos. Tras colocar las fichas en cajas nuevas, continué con él seis años más, entre 1955 y 1961, sin esfuerzo, e incluso, lo recuerdo muy bien, con un cierto júbilo. El libro que tenía que escribir para este encargo era un libro de profesor, producto directo del oficio que desempeñaba felizmente en la facultad de Aix, y también en la Escuela de Magisterio de la calle Ulm, donde había llegado a ocupar, a medias con Jacques Le Goff, la plaza que Perrin dejara libre.
Esta vez no salía a la aventura yo solo. No tenía, como en mi tesis, que extraer el material en bruto y darle forma para construir las distintas piezas de un modelo. Tenía que reunir los resultados del largo trabajo ordenado de manera dispersa por mis predecesores y por mis compañeros de ruta, comparar todas las contribuciones fragmentarias, ordenarlas convenientemente, trazar las perspectivas de trabajo, componer un panorama, etc…, y por supuesto, ofrecer mi propia aportación personal, el fruto de mis reflexiones, las hipótesis que me sugiriesen esas lecturas, en una palabra, informaciones complementarias sacadas directamente de las fuentes, a las que decidí ir a beber personalmente. La verdad es que durante esos años sólo tuve que conjugar estrechamente esa tarea con la enseñanza, como hiciera cuando estaba preparando mi «obra maestra» y como siempre haría en adelante. Me bastó coger el objeto de mi libro como tema para dos ejercicios a los que me entregaba todas las semanas ante mis alumnos: la lección magistral, clase en la que abordaba una cuestión partiendo de cualquiera de sus aspectos esforzándome por dar una respuesta simple y rigurosa, y el comentario de textos, donde mostraba cómo hacerse preguntas ante un documento, una fotografía aérea, una hoja de la caríe d’état-major, una página de un tratado de agronomía o el inventario de un dominio carolingio.
Cumplí el encargo como convenía, pero con total libertad. Solicité, y me fue concedido, indicar en el título de la obra que no me limitaría a la economía, sino que presentaría además cómo había sido la «vida del campo»; así declaraba mi intención: partir de la economía como base necesaria para llegar a lo que la economía determina en parte, pero sólo en parte, las relaciones sociales. Asimismo tenía la intención de no poner conclusiones. Lemerle se resistía a ello. Yo me mantuve en mis trece porque veía esa negativa como un manifiesto, la señal de que la investigación seguía abierta y de que, como yo decía en el prólogo, proponiendo una síntesis imperfecta, lagunosa, por tanto provisional, yo esperaba que rebatiesen poco a poco el libro aquéllos que lo utilizasen, fuesen más lejos, redujesen sus insuficiencias y enmendasen sus errores. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com