La pasión de Cristo en el arte español (fragmento)José Camón Aznar
La pasión de Cristo en el arte español (fragmento)

"Es en el barroco cuando la efigie del Crucificado adquiere una expresión que trasciende la representación ritual y se conmueve con todos los patetismos que imagina el artista. Hasta este momento, podemos decir que la figura de Cristo en la cruz respondía a un formalismo genérico, y cada época efigiaba al Salvador con rasgos unánimes. En el mismo Renacimiento es difícil transparentar la personalidad del artista a través de su representación del Crucificado. Así, el Cristo románico es concebido en impersonal caracterización, frontal, hierático, con los clavos que lo mantienen en mayestática rigidez, con el rostro de angustia humana, pero al mismo tiempo geometrizado con rítmicas estilizaciones, que impiden un tratamiento realista. La época gótica lo representa en dos interpretaciones antagónicas. En el siglo XIII, Cristo se expone con olímpica grandeza, con clásica serenidad, disimulando la tragedia pasional con una imponencia formal plena de dignidad religiosa. Esta concepción del Crucificado se aviene con el alto y pausado sentido espacial de la arquitectura de este siglo, con la luz filtrada por vidrieras que le dan calidad metafísica, con ese riguroso racionalismo que articula los miembros de la construcción según justificaciones evidentes como teoremas. Pero en contraste con esta grave solemnidad de la representación cristológica del siglo XIII, en el siguiente, la imagen de Cristo exalta hasta crispaciones, que ya no han sido superadas, la patética de su martirio, agudizando la faz agoniosa, los rictus mortales y hasta doblando violentamente una pierna en quebrado saliente. En el siglo XV, el Crucificado mantiene esta misma expresión de éxtasis sufriente, pero con los miembros rígidos, seco y alto como una saeta, sin apenas contorsiones, pero dramáticamente descarnado de todo músculo que no haya sido herido y de toda mueca que no haya congelado una angustia. Cristo el más espiritualizado, convertido casi únicamente en esquema patético, alargado, en una distensión que es la de la muerte y que al mismo tiempo quiere alcanzar magnitudes divinas.
Con el Renacimiento, su cuerpo, aun conservando los estigmas de la Pasión, se modela, según puros cánones de belleza, con armonía de proporciones y criterios estéticos.
El desnudo se independiza en cierto sentido de su destinación piadosa y se concibe con perfección apolínea, resumiendo en su belleza su calidad divina. Este criterio clasicista en la elaboración del cuerpo del Hijo de Dios evita las efusiones personales, las reacciones emotivas y efigia también su faz con análoga serenidad y radiante perfección. Es ésta la gran conquista del arte. El barroco ya no puede prescindir de concebir el cuerpo de Cristo como suma de todas las bellezas y como módulo de la armonía del universo. Y lo mismo Gregorio Hernández que Martínez Montañés dan a sus Cristos empaque antiguo y su anatomía muestra una intachable corrección de grandeza fidíaca. Pero esta plenitud de belleza formal es animada por los artistas barrocos con las expresiones más arrebatadas y con los matices emotivos de más exhalante intimidad. Contra las opiniones más difundidas, nuestros Cristos, sobre todo los efigiados con la cruz, muestran más serenidad, unas actitudes más calmas y un mayor equilibrio en la estructura del cuerpo que las representaciones flamencas y holandesas, agitadas por unos énfasis más violentos. Común a todos los crucifijos españoles es un hálito espiritual, un complejo emotivo que llena de luz y de sombras el rostro y que determina esas humanísimas cabezas tan desbordadas de patética expresión. "



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