La flor de cristal (fragmento)George R.R. Martin
La flor de cristal (fragmento)

"Un rostro muy parecido al que recuerdo. Pero ¿hasta qué punto recuerdo? Un siglo se disolvió en polvo, y no mantengo ningún parecido con los rostros que llevé. De mi primera juventud, hace tanto tiempo, sólo perdura la flor de cristal. Pero ella tenía el pelo castaño y corto, una sonrisa, ojos verde grisáceos. Su cuello era demasiado largo, sus pechos demasiado pequeños quizá. Pero estaba cerca, cerca, hasta que se hizo vieja, y llegó el día en el que atisbé a otra desconocida caminando a mi lado dentro de los muros del castillo.
Y ahora la niña atormentada. En los espejos parece como una hija de los sueños, la hija que yo hubiera podido dar a luz si hubiera sido más digna de ser querida de lo que fui. Me la trajo Khar, un regalo dijo, el más hermoso de los regalos, para pagarme como correspondía después de que lo hallara gris e impotente, con voz ronca y el rostro lleno de cicatrices, y lo volviera joven y apuesto.
Tiene quizás once años, tal vez doce. Su cuerpo es delgado y desgarbado, pero la belleza está allí, encerrada dentro, justo empezando a florecer. Sus pechos están en plena floración, y la sangre le vino hacía menos de medio año. Su pelo es dorado plata, largo y lacio, una brillante cascada que cae casi hasta sus talones. Sus ojos son grandes en su pequeño rostro, y son del más puro y profundo violeta. Su rostro es como esculpido. Fue criada para ser así, no hay duda de ello; la manipulación genética ha convertido a los shrikanos en señores del comercio y a los ricos de Lilith y Fellanora en una gente impresionantemente hermosa.
Cuando Khar me la trajo, era una tímida niña de siete años, casi sin mente, un lloriqueante animal que gritaba en una oscura habitación cerrada dentro de su cráneo. Khar dice que era así cuando la compró, la hija desposeída de un barón del robo fellanei apresado y ejecutado por crímenes políticos, su familia y amigos y sirvientes muertos junto con él o convertidos en juguetes sexuales sin mente para sus victoriosos enemigos. Eso es lo que dice Khar. La mayoría de las veces hasta le creo.
Es más joven y hermosa de lo que yo recuerdo haber sido nunca, incluso en mi primera perdida juventud en Ash, donde un muchacho sin nombre me dio una flor de cristal. Espero llevar esta dulce carne durante tanto tiempo como llevé el cuerpo con el que nací. Si moro en ella el tiempo suficiente, quizá llegue el día en el que pueda mirar a un espejo oscuro y ver de nuevo mi propio rostro.
Uno por uno ascendieron hacia mí; a través de Sabiduría hasta el renacimiento, o al menos eso esperaban.
Muy por encima de los pantanos, encerrada en mi torre, me preparé para ellos en la cámara de cambios, al lado de mi poco impresionante trono. El Artefacto no es atractivo: un gran cuenco toscamente modelado de alguna aleación alienígena blanda, de color gris carbón y débilmente cálido al tacto, con seis nichos regularmente espaciados a lo largo del borde. Son asientos; angostos, duros, incómodos, diseñados para fisionomías evidentemente no humanas, pero asientos pese a todo. Del suelo del cuenco se alza una esbelta columna que florece en otro asiento, la desmañada copa que entroniza al…, elijan el título que más les guste. Señor del dolor, señor de la mente, señor de la vida, dador y receptor, operador, desencadenador, maestro. Yo soy todos ellos. Y otros antes que yo, con la cadena resonando hasta El Blanco y quizás antes, a los constructores, los desconocidos entes que modelaron esta máquina y la oscuridad de los distantes eones.
Si la cámara tiene su dramatismo, es obra mía. Las paredes y el techo son curvados, trabajados laboriosamente a partir de un millar de piezas individuales de pulida obsidiana. Algunos fragmentos están cortados muy delgados, de modo que la luz gris del sol de los pantanos de Croan’dhic pueda abrirse camino a su través. Algunos son tan gruesos que casi son opacos. La habitación tiene un solo color, pero muchas tonalidades, y para aquellos que tienen el talento de verlo, forma un gran mosaico de vida y muerte, sueños y pesadillas, dolor y éxtasis, excesos y vacío, todo y nada, fundiéndose lo uno en lo otro, girando y girando interminablemente, un círculo, un ciclo, el gusano que devora eternamente su propia cola, cada pieza individual y frágil y de bordes afilados como una navaja y cada una parte de un cuadro mayor que es vasto y negro y quebradizo. "



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