Archipiélagos (fragmento)Abilio Estévez
Archipiélagos (fragmento)

"La noche avanzó y Blanchet y Morandé desaparecieron y los criados, en cambio, continuaron sirviendo vino, que no bien se vaciaba un tonel, traían otro, y hasta apareció un bocoy con aguardiente de caña y una bandeja con limones cortados. Hubo un momento en que Ezequías se sintió mareado. Se levantó del banco y comprendió que en realidad no estaba mareado, sino borracho. Estoy jalao, anunció a sus compañeros, y se apartó de la juerga y bajó hasta el río. Se desnudó y se hundió en el agua. Le gustó el olor a fango, a raíces empapadas, a animales corrompidos. Le recordó el otro olor de la zanja que se abría en el callejón de los Perros y el olor de la laguna Ariguanabo. Sumergió la cabeza. Pensó que no se podía sentir más feliz. En aquel instante, si le hubieran pedido que definiera la felicidad, habría dicho que era estar allí, aquella noche en el río, con varios litros de alcohol en la sangre. El agua estaba limpia, aun de noche se podían ver las raíces, la tierra y los pequeños peces del fondo. En la orilla, le pareció ver un jubo, solo un movimiento en el fango, algo que huía como una exhalación. Sintió quejidos entre los árboles. El negro que parecía una negra, completamente desnudo, se inclinaba hacia delante, dando la espalda a un soldado rubio, extremadamente joven, más joven que Ezequías, que se meneaba con una calma perversa, que desmentía su juventud.
Esa es mi estrella, se dijo Ezequías. Aún era extremadamente joven y podía darse el lujo de sensaciones y frases como esas. Por la misma razón, se prometió no perder nunca de vista aquella estrella. (Y así sería.) El agua del río bajaba fría de las montañas; hizo que la juma se convirtiera en tranquilo entusiasmo. Iría a la guerra, sí, y tendría que matar para salvar la vida. Estaba justificado eso de salvar la vida, a costa de la ajena. En eso consistían las guerras. Si no fuera por eso, serían rigurosamente insoportables. Y claro que saldría vivo de la contienda. Y regresaría a La Habana como un héroe. Al menos con la heroicidad de haber salvado la vida. No estaba seguro de que matar negros insurrectos fuera una heroicidad. Sin embargo, lograr que el país se calmara y construyera su república en paz… Y se iría al cementerio de Bauta, a visitar la tumba de Rosa Cumba y le llevaría un plato de yuca hervida. Cerró los ojos. Trató de no pensar. Se quedó amodorrado. Escuchó un sonido entre la maleza y cuando abrió los ojos le pareció que, en efecto, se había quedado dormido. El soldado jovencito que se trajinaba al negro que parecía una negra estaba entrando en el agua. "



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