En la zona (fragmento)Juan José Saer
En la zona (fragmento)

"Junto a él, sobre la paja, había una palangana con agua y una gruesa manta militar. El viejo prodigaba infinitos cuidados a la yegua, que soportaba el parto con una especie de dolor abstraído, como de una portentosa santidad.
Los siete contemplaban la escena. Los hombres graves, solemnes, con los brazos delicadamente pegados al cuerpo, en una posición como de homenaje, permanecían inmóviles sostenidos en una ligera inclinación hacia el hombre y la yegua, intimidados y como perplejos ante esa suerte de familiaridad heroica en que el hombre y la bestia desenvolvían su trato.
Las mujeres, capaces de una mayor adecuación a las situaciones de la vida y la muerte, pero incapaces de asumirlas fuera de sus propias individualidades, habían adoptado una actitud más transitoria y activa que la de los hombres, ya que mientras el rostro de Victoria se había estirado empalideciendo y afilando demasiado la línea de su nariz, los ojos de la Chola contemplaban aquello con una mezcla de repugnancia despectiva.
Solamente Ana no tuvo el valor de mirar. Con su fina mano apoyada suavemente entre los senos, desvió la cabeza hacia los destellos inmóviles del cielo azul nítidamente estampado detrás de las lustrosas varas del árbol desnudo, y con una expresión de delicado sufrimiento permaneció inmóvil, con la garganta estrangulada por algo que ella imaginaba y sentía como una blancuzca placa orgánica y húmeda. Sin mirar, percibía por un ligero instinto de adivinación o una indirecta forma de conocimiento, así como sabemos sin mirar ni oír que algo se desplaza detrás nuestro, los concentrados movimientos amorosos del viejo y las débiles sacudidas de la bestia. Paso a paso siguió los detalles de la situación imaginando a un oscuro organismo húmedo, viscoso, que, formando un suave y débil pseudópodo intentaba lograr contacto con otro organismo similar, que se estiraba también lenta y pesadamente.
Paso a paso. Pero la mano suavemente depositada sobre el pecho fue modificando su posición y su actitud de la misma manera, paulatinamente, ya que primero aferró con la punta de los dedos una arruga del pullover rosa y cuando ya la sustancia de la cual asirse y en la cual descargar el dolor fue insuficiente para la magnitud del dolor mismo, la mano fue trepando, blanca, carnal y sufriente por el pecho y se detuvo en el blanco, carnal y sufriente cuello angustiado. Pero el dolor era demasiado como para que el simple roce, el mero tacto, lo comunicaran a la carne, siempre decidida a soportar más de lo que se ha dispuesto infligirle, así que los dedos se engarfiaron en la suave piel del cuello, y la simple conmoción de la piedad y del amor sólo fue total cuando la sangre participó de ella, cuando la sangre la dignificó asignándole eternidad y grandeza.
El viento golpeó otra vez la ventana y se detuvo. El intervalo se extendió, se extendió hasta esa combada medida en que sólo puede desenvolverse el silencio. Por un instante no se percibió movimiento y el color, el amarillo rojizo de la paja y el azul acero del cielo detrás de las lustrosas varas del árbol sin fronda, destelló por última vez, permaneciendo la luz desde entonces viva pero invariable, en un resplandor final sin cambio y sin tiempo. "



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