El crucero de la viuda (fragmento)Cecil Day-Lewis
El crucero de la viuda (fragmento)

"El baile debía comenzar a las nueve y media de la noche, en el salón grande de proa. La disertación de Jeremy Street, que tendría por escenario la cubierta de botes de popa, estaba fijada para media hora antes. En el salón habían corrido las sillas contra las paredes, y los tres músicos griegos calentaban los instrumentos con canciones bouzouki. Oyendo las viriles, contagiosas, melodías, Nigel, sentado junto a Clare bajo una de las ventanas que dominaban el castillo de proa del Menelaos, llegó a la conclusión de que no asistiría a la conferencia. Vio que Melissa Blaydon estaba en el bar, y que los músicos tenían conciencia de la presencia de la mujer. Los Trubody formaban un grupo en el fondo del salón. Por excepción, Jeremy Street no los acompañaba; Peter contemplaba a Melissa Blaydon a través de la distancia que los separaba con una expresión que Nigel encontró alarmante.
Al poco rato Melissa se retiró. La música pareció perder algo de su brillo. Peter Trubody miraba al frente sin ver, con expresión malhumorada. Diez minutos después, el salón se despejó parcialmente cuando varios pasajeros lo abandonaron dispuestos a asistir a la conferencia. Ahora el buque rolaba. Se había levantado viento, y en la expuesta cubierta de botes a Jeremy debía costar le trabajo hacerse oír. Como varias ventanas estaban abiertas, el golpe y el chasquido de las olas servían de acompañamiento al staccato de la música griega.
—Nigel, te ruego que cierres esa ventana. Se me vuela el cabello —pidió Clare, al rato de estar escuchando. Los músicos acababan de finalizar otra canción. Nigel se arrodilló en la banqueta. Estaba asegurando la ventana cuando, entre el rumor tumultuoso del mar, oyó un grito débil y un chapuzón. No habrían transcurrido más de diez segundos cuando los sonidos se repitieron. Todavía había rezagados chacoteando en la piscina de a bordo. Nigel se asomó, pero el toldo que cubría la piscina no le dejó ver nada. Tarde para bañarse, pensó, consultando automáticamente su reloj, que le dijo que eran las nueve y trece. Terminó de cerrar la ventana.
Unos diez minutos más tarde, Nikki entró en el salón. Cambió unas breves palabras con los integrantes de la orquesta, echó un vistazo en torno para asegurarse de que todo estaba pronto para el baile, sonrió triunfalmente a Clare. Pero Nigel tuvo la vaga impresión de que hizo todo aquello sin su brío habitual; Nikki parecía ¿preocupado?, ¿algo inseguro de sí mismo?, ¿intrigado?
No hubo tiempo para seguir especulando al respecto. El salón comenzó a poblarse nuevamente, y el bar a funcionar a todo vapor. Los músicos, refrescados con ouzo, ocuparon sus sitios y volvieron a afinar el violín y la guitarra al tono del piano.
Ivor Bentinck-Jones, con una espantosa camisa de Palm Beach, estaba en su elemento, afanándose de un lado a otro entre los músicos, los miembros más distinguidos del pasaje, y Nikki. Como había comentado Clare, era uno de los Maestros de Ceremonias de la Naturaleza.
El baile comenzó poco después de las nueve y media. Durante el segundo foxtrot, Melisa Blaydon hizo su aparición. Era una visión que cortaba el aliento, ataviada con un sari dorado y rubí. Fue cojeando hasta el bar, pidió un coñac y se encaramó en un taburete, sonriendo con aire enigmático y distante.
Fue durante una pausa, mientras Ivor Bentinck-Jones trataba de organizar un highland reel y de trasmitir el ritmo de la danza a los músicos («el pobre no debe de haber puesto los pies en Escocia en su vida», había comentado Mrs. Hale), cuando Nigel notó que Mr. y Mrs. Chalmers penetraban en el salón, miraban ansiosos a diestra y siniestra, y tornaban a desaparecer. A los diez minutos estaban de vuelta. Mr. Chalmers llevó aparte a Nikki. El director de la excursión, tras esperar que los músicos terminaran la pieza, fue hasta el micrófono conectado a todos los altoparlantes del barco. "



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