Anales de Ana (fragmento)Gabriele D'Annunzio
Anales de Ana (fragmento)

"Por entonces le regaló el colono un galápago. Aquel nuevo huésped, lento y taciturno, fue objeto de su afecto y sus cuidados en los ratos de ocio. Andaba el galápago de un extremo a otro de la habitación, levantando penosamente la pesada masa de su cuerpo, con las patas semejantes a verdosos muñones, y como era joven, las hojas de su coraza dorsal, amarillas con manchas negras, tomaban al sol a veces transparencia de ámbar líquido. La cabeza escamosa, de aplastado hocico, adelantaba palpando, con medrosa mansedumbre, y parecía a veces aquella cabeza la de una serpiente decrépita que se asomara a una concha de crustáceo. Ana apreciaba en extremo las buenas costumbres del animalito silencioso, frugal, modesto, aficionado a la casa. Lo alimentaba con hojas de lechuga, raíces y gusanos, y se quedaba estática observando el movimiento de las córneas mandíbulas, dentadas en ambos bordes. Conmovida entonces por sentimiento casi maternal, animaba al galápago con buenas palabras y le escogía las hierbas más tiernas y sabrosas.
Floreció un idilio bajo los auspicios del galápago. El colono, que iba varias veces al día a la casa, se paraba en el bancal para hablar con Ana, y como era hombre de espíritu humilde, devoto, prudente y justo, gustaba de ver en el alma de aquella muchacha el reflejo de sus propias virtudes piadosas; así es que la costumbre hizo nacer entre ellos insensiblemente una amistosa familiaridad. Ya tenía Ana algunas canas en las sienes, y su rostro todo expresaba plácido candor. Zachiel, el colono, tenía alguna más edad que ella, cabeza grande con frente convexa y ojos dulces y redondos como los de un conejo. Se sentaban generalmente en el bancal para hablar. Encima de ellos parecía el cielo entre los tejados una cúpula luminosa, y de cuando en cuando una bandada de palomas domesticadas, blancas como el Paracleto, cruzaba la paz celestial. Sus coloquios, llenos de experiencia y de rectitud, versaban sobre cosechas, calidad del terruño y reglas sencillas de cultivo.
Como Zachiel, por instintiva e ingenua vanidad, gustaba a veces de alardear de su saber delante de aquella chica crédula e ignorante, inspiró a ésta estimación y admiración sin límites. Le enseñó que el mundo está dividido en cinco partes y que hay cinco razas de hombres: la blanca, la amarilla, la roja, la cobriza y la negra: que la tierra es redonda: que a Rómulo y a Remo los amamantó una loba, y que cuando llega el otoño, las golondrinas cruzan el mar para irse a Egipto, donde reinaron en otro tiempo los Faraones. "



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