Electra (fragmento)Benito Pérez Galdós
Electra (fragmento)

"MÁXIMO.  (Atento a su trabajo.) ¡Contenta se pondrá! Como si no fuera bastante la locura de ayer, cuando te llevaste al chiquillo, y al devolvérmelo te estuviste aquí más de lo regular, hoy, para enmendarla, te has venido a mi casa, y aquí te estás tan fresca. Da gracias a Dios por la ausencia de nuestros tíos. Invitados por los de Requesens al reparto de premios y al almuerzo en Santa Clara, ignoran el saltito que ha dado la muñeca de su casa a la mía.
ELECTRA. Tú me aconsejaste que me insubordinara.
MÁXIMO. Sí tal: yo he sido el instigador de tu delito, y no me pesa. 
ELECTRA. Mi conciencia me dice que en esto no hay nada malo.
MÁXIMO. Estás en la casa y en la compañía de un hombre de bien.
ELECTRA. (Siempre en su trabajo, hablando sin abandonar la ocupación.) Cierto. Y digo más: estando tú abrumado de trabajo, solo, sin servidumbre, y no teniendo yo nada que hacer, es muy natural que…
MÁXIMO. Que vengas a cuidar de mí y de mis hijos… Si eso no es lógica, digamos que la lógica ha desaparecido del mundo.
ELECTRA. ¡Pobrecitos niños! Todo el mundo sabe que les adoro: son mi pasión, mi debilidad… (MÁXIMO, abstraído en una operación, no se entera de lo que ella dice.) Y hasta me parece… (Se acerca a la mesa llevando unos libros que estaban fuera de su sitio.)
MÁXIMO. (Saliendo de su abstracción.) ¿Qué?
ELECTRA. Que su madre no les quería más que yo.
MÁXIMO. (Satisfecho del resultado de un cálculo, lee en voz alta una cifra.) Cero, trescientos diez y ocho… Hazme el favor de alcanzarme las Tablas de resistencias… aquel libro rojo…
ELECTRA. (Corriendo al estante de la derecha.) ¿Es esto?
MÁXIMO. Más arriba.
ELECTRA. Ya, ya… ¡qué tonta! (Cogiendo el libro, se le lleva.)
MÁXIMO. Es maravilloso que en tan poco tiempo conozcas mis libros y el lugar que ocupan.
ELECTRA. No dirás que no lo he puesto muy arregladito.
MÁXIMO. ¡Gracias a Dios que veo en mi estudio la limpieza y el orden!
ELECTRA. (Muy satisfecha.) ¿Verdad, Máximo, que no soy absolutamente, absolutamente inútil?
MÁXIMO. (Mirándola fijamente.) Nada existe en la creación que no sirva para algo. ¿Quién te dice a ti que no te crió Dios para grandes fines? ¿Quién te dice que no eres tú…?
ELECTRA. (Ansiosa.) ¿Qué?
MÁXIMO. ¿Un alma grande, hermosa, nobilísima, que aún está medio ahogada… entre el serrín y la estopa de una muñeca?
ELECTRA. (Muy gozosa.) ¡Ay, Dios mío, si yo fuera eso…! (MÁXIMO se levanta, y en el estante de la izquierda coge unas barras de metal y las examina.) No me lo digas, que me vuelvo loca de alegría… ¿Puedo cantar ahora?
MÁXIMO. Sí, chiquilla, sí. (Tarareando, ELECTRA repite el andante de una sonata.) La buena música es como espuela de las ideas perezosas que no afluyen fácilmente; es también como el gancho que saca las que están muy agarradas al fondo del magín… Canta, hija, canta. (Continúa atento a su ocupación.)
ELECTRA. (En el estante del foro.) Sigo arreglando esto. Los metaloides van a este lado. Bien los conozco por el color de las etiquetas… ¡Cómo me entretiene este trabajito! Aquí me estaría todo el santo día…
MÁXIMO. (Jovial.) ¡Eh, compañera!
ELECTRA. (Corriendo a su lado.) ¿Qué manda el Mágico prodigioso?
MÁXIMO. No mando todavía: suplico. (Coge un frasco que contiene un metal en limaduras o virutas.) Pues la juguetona Electra quiere trabajar a mi lado, me hará el favor de pesarme treinta gramos de este metal.
ELECTRA. ¡Oh, sí…!
MÁXIMO. Ayer aprendiste a pesar en la balanza de precisión.
ELECTRA. (Gozosa, preparándose.) Sí, sí… dame, déjame. (Al verter el metal en la cápsula, admira su belleza.) ¡Qué bonito! ¿Qué es esto?
MÁXIMO. Aluminio. Se parece a ti. Pesa poco…
ELECTRA. ¿Que peso poco?
MÁXIMO. Pero es muy tenaz. (Mirándole al rostro.) ¿Eres tú muy tenaz?
ELECTRA. En algunas cosas, que me reservo, soy tenaz hasta la barbarie, y creo que, llegado el caso, lo sería hasta el martirio. (Sigue pesando sin interrumpir la operación.)
MÁXIMO. ¿Qué cosas son ésas?
ELECTRA. A ti no te importan. "



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