Los Elementales (fragmento)Michael McDowell
Los Elementales (fragmento)

"Las horas siguientes a la visita de Lawton McCray y su ladero Sonny Joe Black no fueron felices. La perspectiva del traslado —tener que regresar a Mobile para exclusivo beneficio y conveniencia de Lawton cuando se sentían tan contentos en Beldame— no era lo que más los perturbaba. Lo que verdaderamente no podían tolerar era que Beldame —considerado como un lugar o una cosa— estuviera condenado a desaparecer. Luker le dijo a su hermana que podría continuar su vida tranquilo aunque se fuera mañana y no regresara jamás… siempre y cuando le aseguraran que Beldame seguiría tal como estaba. Pero si llegaba a enterarse de que el lugar había sido modificado o destruido, recibiría un duro golpe del que jamás podría recuperarse. Beldame representaba para todos ellos una justa y posible compensación por las aflicciones, los infortunios y los trabajos de este mundo. Era un paraíso en la tierra. Y se parecía al otro, el paraíso celestial, en que era luminoso, remoto, atemporal y vacío. Y en un mundo tan imperfecto, una perfección como Beldame necesariamente correría peligro con Lawton McCray, ese grosero hijo de puta confabulador. Aquello era una afrenta para todo el que fuera capaz de reconocer un tesoro.
La perfección de Beldame apaciguó la furia y la alarma. La lluvia continuó durante la tarde y la noche, pero la mañana fue luminosa y sofocante: ya desde las siete el vapor subía en miríadas de embudos desde la laguna de St. Elmo. Dauphin juró que Beldame no sufriría ningún daño mientras él estuviera vivo, y los otros se dieron el lujo de creerle. Por la tarde, cuando Big Barbara se quejó de que hacía más calor en Beldame que en el desierto, todos se habían olvidado de Lawton McCray y lo único que los inquietaba era la idea de tener que regresar a Mobile dentro de una semana. Podrían volver a Beldame después del cuatro de julio, pero todos sabían que la momentánea e inesperada interrupción echaría a perder irremediablemente el genuino encanto de las vacaciones.
De todos ellos, a quien más afectó la visita de Lawton McCray fue a India. Era todavía una niña y aún no comprendía ese lenguaje sutil de amenaza, persuasión e inferencia que caracteriza a los hombres de negocios sureños; y además estaba segura de que Lawton McCray ignoraría las objeciones de Dauphin, un individuo de voluntad débil, y que Beldame —donde proyectaba una visita anual con su padre de allí en más— sería arrasado. Las fotos que había tomado de las casas pasarían a ilustrar las páginas de la nueva edición de Lost American Architecture. Era escaso consuelo pensar que Luker tarde o temprano se haría rico gracias a la transacción con las petroleras. Pero enseguida empezó a temer que su abuelo encontrara una manera de despojar a su hijo de la parte que le correspondería en las ganancias. Para los otros, Lawton McCray estaba alegremente condenado al infierno; pero para India su abuelo ascendía del averno con piel negra y alas rojas y su maloliente sombra cubría toda la extensión de Beldame.
A India McCray le gustaba tener un enemigo. En la escuela, siempre había un niño al que despreciaba y temía por partes iguales, al que trataba con desdén y respeto al mismo tiempo, al que alternativamente escupía y reverenciaba. Este patrón de conducta se volvió tan evidente que sus maestros llamaron a Luker para explicarle la situación y aconsejarle que la mandara a hacer terapia. Esa misma noche, Luker le dijo a India que era una tonta carente de complejidad, y que si quería odiar a alguien, odiara a su propia madre (a la que habían visto en la calle la semana anterior). India aceptó el consejo. Y cuando esa mujer dejó de representar una amenaza para ella, su lugar fue ocupado por el encargado del edificio adyacente: un individuo que maltrataba a los animales domésticos. Pero lo olvidó en cuanto llegó a Alabama, donde ya no se oían ladridos y arañazos que le recordaran a India aquel objetable pasatiempo. "



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