La vuelta al mundo en 72 días (fragmento)Nellie Bly
La vuelta al mundo en 72 días (fragmento)

"Me sumé a las risas que siguieron. Me maravillé en silencio ante mi valentía por emprender aquella proeza sin estar en absoluto habituada a los viajes por mar. Aun así, no albergaba ninguna duda con respecto al resultado.
Por supuesto, acudí a comer. Todo el mundo fue y casi todo el mundo abandonó el comedor a toda prisa. Los seguí o, no sé, tal vez fui yo quien empezara. En cualquier caso, nunca vi a tanta gente en el comedor al mismo tiempo durante el resto del viaje.
Cuando se sirvió la cena, me adelanté con arrojo y tomé asiento a la izquierda del capitán. Estaba muy decidida a controlar mis impulsos, pero, aun así, en el fondo de mi corazón tenía la vaga sensación de que había encontrado algo mayor incluso que mi fuerza de voluntad.
La cena transcurrió de un modo muy agradable. Los camareros se movían sin hacer ruido, la banda tocó una obertura, el capitán Albers, apuesto y afable, ocupó su lugar en la cabecera de la mesa y los pasajeros que estábamos sentados con él empezamos a cenar con un deleite solo comparable al de los cocheros cuando las carreteras están bien. De entre quienes compartíamos la mesa con el capitán, yo era la única que podría considerarse navegante
aficionada. Tuve la oportunidad de constatarlo fehacientemente. Y los demás también.
No me importa confesarlo: mientras nos estaban sirviendo la sopa, me dejé llevar por dolorosos pensamientos y me sumí en un miedo nauseabundo. Todo me parecía tan agradable como un regalo de Navidad inesperado y trataba de oír las observaciones entusiastas sobre la música que hacían mis acompañantes, pero había un tema que no podía apartar de mi mente.
Tenía frío y calor; pensaba que no iba a tener hambre aunque no viera comida durante siete días; de hecho, tenía un gran anhelo por no verla, olerla ni comerla hasta llegar a tierra o llevarme mejor conmigo misma.
Se sirvió el pescado y el capitán Albers estaba a medio contar una buena historia cuando sentí que ya había llegado a mi límite.
Me excusé con un débil susurro y salí corriendo, sin pensar, a ciegas. Me ayudaron a llegar a un lugar apartado en el que un poco de reflexión y un poco de liberación de emociones reprimidas me devolvieron a un estado de valentía tal que decidí aceptar el consejo del capitán y volver a mi cena. "



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