El viaje de Teo (fragmento)Catherine Clement
El viaje de Teo (fragmento)

"La tía Marthe se creyó en la obligación de explicárselo con ejemplos. Cuando, en el siglo XVI, los primeros misioneros cristianos se pusieron a predicar a los hindúes, les propusieron equivalencias entre sus múltiples dioses y las figuras santas del cristianismo. Jesús era Krishna...
–Sin las once mil chavalas, me imagino –dijo Teo.
Evidentemente. En cuanto a María, era una diosa madre que aplastaba a la serpiente con sus pies, igual que Durga derribaba al demoniobúfalo. Para la Santísima Trinidad, fue coser y cantar: al cabo de unos siglos, los hindúes habían reunido a Brahma, Visnú y Shiva en una trinidad llamada Trimurti. Y, como la Santísima Trinidad incluía a un dios barbudo –el Padre–, un apuesto joven –el Hijo–, y una paloma –el Espíritu Santo–, los hindúes dedujeron que bastaban los tres dioses reunidos acompañados de una diosa para ser cristiano.
–¡O sea que se tragaron el cuento! –exclamó Teo.
Asimismo, sin llegar a luchar contra las demás religiones, el Gran Vehículo había ido reformándolas y convirtiéndolas. Aquí, colocó los diablos; allí, las lágrimas de las diosas... En definitiva, fue tejiendo con paciencia lo divino y ajustando el traje de retales y de trozos cortados a medida para los países que iba atravesando. Ese singular proceso se llamaba «sincretismo», palabra que venía del griego y que significaba, más o menos, «unir con». Uno de los campeones del sincretismo fue el Mahatma Gandhi, que no daba un paso sin sus tres libros sagrados: el Corán para el islam, el Evangelio para el cristianismo, y el BhagavadGita para el hinduismo.
–¿El qué? –preguntó Teo–. Ni idea.
–Sí, hombre, sí: era el momento crucial en que el dios Krishna, para forzar a los hombres a luchar unos contra otros, se reveló ante ellos en toda su verdad divina.
–Ya me acuerdo –rezongó Teo–. Y todo eso, para la guerra. ¿Y el Mahatma lo utilizaba? Los Evangelios y el Corán, pase, pero el Bárbarageta ése...
–¡BhagavadGita! –rectificó la tía Marthe, irritada–. Puedes decir sólo Gita.
El Gita no era el único texto sagrado que incitaba a los hombres a la matanza; el Corán animaba a la yihad y, en los Evangelios, Jesús había dicho cosas que daban escalofríos: «No creáis que he venido a traer la paz a la tierra: no he venido a traer la paz, sino el sable...». Los hombres los interpretaron en el sentido de la guerra. La fe en Dios, sea cual sea su nombre, exigía a menudo a los creyentes un compromiso de tipo militar... Pero eso no era lo esencial.
Porque Jesús hablaba sobre todo de amor, Mahoma, de justicia, y el Gita, de la irradiación de la divinidad. La guerra santa del Corán era, ante todo, la guerra contra uno mismo, para luchar contra las injusticias de las que uno se hacía culpable; las aparentes amenazas de Jesucristo incitaban a los cristianos al coraje, y el Gita ilustraba a los hindúes acerca de la luminosa verdad del Orden del mundo.
–¿Y el Mahatma? –preguntó Teo, obstinado.
¡A su manera, Gandhi era un auténtico guerrero! Pacífico, sí, y no violento, pero que cada mañana se preparaba con austeridad para un largo combate contra sí mismo y el ocupante. De la guerra, había aprendido lo mejor: la disciplina y la valentía. Y de los textos sagrados, había hecho un sincretismo propio: la justicia, el amor y el coraje unidos en la adoración de Dios.
–Además, estaba muy bien para reunificar a los indios –añadió la tía Marthe–. ¿Lo entiendes esta vez?
–En resumidas cuentas, si se quisiera, gracias al sincretismo se podría reunir a todo el mundo en lugar de tirarse los trastos a la cabeza –concluyó.
De madrugada, despertado por los rickshaw-wallas que discutían bajo las ventanas, Teo contempló la ciudad, donde ya se aglomeraban los coches. A lo lejos, se alzaban una especie de templo griego y una iglesia gótica incongruente.
–¡Otra vez el sincretismo! –exclamó Teo–. ¡Mira, tía, han dedicado una iglesia a Durga!
Pero la iglesia en cuestión era la catedral de Calcuta, ciudad que fue, en sus tiempos, la capital del Imperio de las Indias británicas. En cuanto al templo griego, era el monumento a la reina Victoria. Nada era menos sincrético que ese himno al colonialismo triunfante que tanto encantaba a los indios de Calcuta, puesto que se había acabado. "



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