El pesimista (fragmento)Noel Clarasó
El pesimista (fragmento)

"El pesimista tiene la convicción de que todos sus vecinos le mirarán hasta el final del trayecto como a un hombre que hace malos negocios y no se atreve a levantar los ojos. Además ha mentido descaradamente porque está ganando mucho dinero.
Pero el pesimista es supersticioso, cree en los malos augurios y sabe que el haber insinuado que atraviesa un mal momento puede repercutir en los acontecimientos y venir un mal momento de verdad. Nunca se han de decir semejantes cosas, y baja del metro muy triste pensando en lo que hubiera tenido que andar si, por culpa del conocido, se hubiese apeado una estación más lejos de la suya.
Se encamina al despacho con el corazón en un puño, ante el temor de la mala noticia segura que es la primera que dan siempre los apoderados.
Entra en el despacho. Todo el personal está en su puesto, trabajando con ahínco feroz. Señal evidente de que se acaban de poner al trabajo y de que hasta aquel momento no habían hecho nada. Tendrá que acabar despidiéndolos a todos. Les dirige una mirada llena de odio y se encierra en su despacho particular. Encima de la mesa le esperan siete cartas, que no se atreve a abrir, y un telegrama. ¡Era lo único que le faltaba! Los telegramas, todo el mundo lo sabe, sólo se usan para dar malas noticias.
La secretaria se entera del contenido de las cartas y se lo comunica. Es una secretaria monísima de esas que sólo se presentan a solicitar plaza en los despachos de los pesimistas. Pero el pesimista no se atreve a mirarla porque su belleza le recuerda, por contraste, a su antecesora, una estantigua con gafes. Además, aunque sea guapa, envejecerá con los años. Los pesimistas saben muy bien que la juventud sólo es el primer peldaño de la vejez como ésta es un peldaño de la muerte.
Todas las cartas son de clientes que piden envíos de géneros con urgencia, o sea que si se les atiende el almacén quedará vacío. Con lo triste que es un almacén vacío. Y si no se les atiende, se dirigirán a otro proveedor. Un dilema como para cerrar el establecimiento. El pesimista encarga a la secretaria que lo resuelva a su gusto, porque él se siente incapaz de hacer frente a tanto desastre y se da cuenta en seguida de que acaba de cometer una torpeza. La secretaria aún no ha cometido un error fundamental. Luego, por cálculo de probabilidades, ha de cometerlo, más pronto cuanto más tarde. Es fatal.
Ella sale y el pesimista se encuentra solo frente a frente con el telegrama. Lo abre con manos temblorosas y se encuentra ante este texto inverosímil: «Urge —la sangre se agolpa en su rostro— el envío de mil docenas tipo —el maldito tipo que tanto éxito ha tenido en el mercado— al precio que sea y aunque el género sea con tara». "



El Poder de la Palabra
epdlp.com