Las ratas (fragmento)José Bianco
Las ratas (fragmento)

"Isabel pensaba en sacrificios y luchas materiales. Según mi padre, se trataba de luchar contra el miedo, la inercia, la rutina, los sentimientos convencionales, las ideas hechas, la facilidad. El artista debía vivir en perpetuo antagonismo.
—Usted postula una rebelión sistemática que conduce a la soledad —exclamó Núñez—. Y no es bueno que el hombre esté solo, como dice el Génesis. El artista no debe sustraerse al espíritu de su tiempo.
—Habría que saber —replicó mi padre— si lo que sobrevive de una época no es aquello que parecía más en pugna con la época misma. Un periodista inglés ha escrito que cuando los sociólogos hablan de la necesidad de conformarnos al espíritu de nuestro tiempo, olvidan que nuestro tiempo es la obra de unos pocos que no quisieron conformarse con nada. Sí, ya sabemos. No conviene apartarse de los demás, aislarse. Pero en las sociedades burguesas el artista ha perdido toda función y tiene que aislarse, necesariamente. Quizá la obra de arte sea una venganza del individuo aislado.
A Núñez le parecía una concepción exagerada e inhumana. Pero mi padre aludió a ciertas manifestaciones de la música y de la pintura modernas. Lo que había en ellas de nuevo, de específicamente nuevo, era una nota inhumana, anárquica:
—Son la reacción del artista a la hostilidad más o menos encubierta del medio en que actúa. Hoy por hoy, esa hostilidad es el único estímulo del artista.
—Usted exagera —repitió Núñez.
Pero mi padre hablaba sin ánimo de protesta. Estaba de acuerdo, además, en que toda obra de arte lleva en sí un germen disolvente. Al ofrecernos una visión de las cosas que hasta ese momento no teníamos, nos propone un orden nuevo, incesantemente nuevo. La sociedad, desde su punto de vista, hacía bien en mostrarse hostil a los artistas.
—No me negará usted —agregó— que en su indiferencia hay mucho de hostil. Mejor dicho, es siempre hostil, hasta cuando finge ponerse de parte de ellos, porque entonces protege el arte mundano o académico, es decir, continúa persiguiendo indirectamente a los artistas verdaderos. Trata de aplastarlos por todos los medios.
—Es una injusticia —dijo mi madre.
—¡Bah! Los débiles sucumben, tanto mejor. En mi caso, por ejemplo, como no me sentía con fuerzas para la lucha, preferí renunciar a la pintura.
—El señor Heredia se puso de parte de la sociedad —dijo Núñez con sorna.
Mi padre contestó sonriendo:
—No se imagina hasta qué punto. Soy fiscal del crimen.
Llevaron el café a la sala.
Mi madre y Julio, cerca de la chimenea encendida, jugaban a la crapette. Isabel, mi padre y yo rodeábamos a Núñez, que hacía parodias en el piano. Inclinado, desmayado sobre las teclas, tocaba un vals de Chopin a la manera de Risler: el vals parecía una canción de cuna; Risler empezaba a despertar, hacía contorsiones, alzaba los brazos a una altura extraordinaria, se convertía en Rubinstein, y el vals entraba en un paroxismo de agitación; después seguíamos escuchando nítidamente el tema del vals, pero coincidiendo con una canción rusa que se había introducido en el acompañamiento; más tarde, el vals se transformaba en el estudio de las notas negras, tocado a una velocidad prodigiosa: Claudio Núñez hacía correr por las teclas una naranja que había sacado del bolsillo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com