Las grandes ciudades y la vida intelectual (fragmento)Georg Simmel
Las grandes ciudades y la vida intelectual (fragmento)

"La esfera vital de la pequeña ciudad queda limitada, en lo principal, a ella misma. Para la gran ciudad es decisivo que su vida interior se extienda en ondas concéntricas sobre un amplio territorio nacional o internacional. Weimar no fue ninguna excepción, puesto que su importancia quedaba vinculada a personalidades individuales y murió con ellas, mientras que la gran ciudad se caracteriza precisamente por su independencia esencial respecto, incluso, a sus más importantes personalidades: es el anverso y el precio que ha de pagar por la independencia que el individuo goza dentro de ella. El aspecto más importante de la gran ciudad reside en esa dimensión funcional que sobrepasa con creces sus límites físicos, y esa acción efectiva produce a su vez una reacción que confiere a su vida peso, importancia y responsabilidad. Al igual que un ser humano no se halla confinado en los límites de su cuerpo o del
espacio que abarca directamente con su actividad, sino que sólo llega hasta la suma de efectos que, partiendo de él, se prolongan en el tiempo y en el espacio, del mismo modo una ciudad consiste en la totalidad de los efectos que trascienden su ámbito inmediato. Esta es la verdadera dimensión en que se expresa su ser. Y esto ya indica que la libertad individual, que es el miembro complementario lógico e histórico de dicha extensión, no sólo se ha de entender en un sentido negativo, como mera libertad de movimientos y ausencia de prejuicios y actitudes filisteas, sino que su característica esencial va a residir en que el aspecto peculiar e incomparable, que a fin de cuentas posee toda persona en cualquier parte, se va a manifestar en la misma configuración de la vida.
El que nosotros sigamos las leyes de nuestra propia naturaleza -y esto es a lo que se llama libertad- se vuelve comprensible y convincente, tanto para nosotros como para otros, cuando las manifestaciones de esa naturaleza se diferencian de las de los otros; es nuestro carácter inconfundible respecto a los demás lo que evidencia que nuestra forma de existencia no se nos ha impuesto por otros. Las ciudades son ante todo el asiento de la máxima división del trabajo
económica; generan por ello fenómenos tan extremos como en París la lucrativa profesión del quatorzième: personas que se anuncian con letreros en sus viviendas y que están preparados a la hora de la cena, vestidos para la ocasión, a la espera de ser recogidos de inmediato y llevados a la mesa de una reunión que conste de trece personas. La ciudad ofrece siempre, precisamente en la medida de su extensión, un grado creciente de condiciones determinantes de la
división del trabajo; es un círculo que por su tamaño posee una capacidad de acogida para una gran variedad de prestaciones o servicios, mientras que al mismo tiempo la concentración de individuos y su lucha por los clientes fuerza al individuo a especializarse en la prestación, de modo que no pueda ser desbancado con tanta facilidad por otros. Lo decisivo es que la vida urbana ha transformado la lucha con la naturaleza por la obtención de alimentos en una lucha entre seres humanos, de modo que la ganancia por la que aquí se lucha ya no la concede la naturaleza, sino el hombre. Y aquí no sólo encontramos el origen antes mencionado de la especialización, sino una fuente más profunda, a saber: aquella en que el que oferta ha de crear necesidades nuevas y cada vez más originales en el consumidor, al que no deja de cortejar. La necesidad de especializar los servicios que se prestan para encontrar una fuente de ingresos aún no agotada, una función que no sea fácilmente sustituida, incita a la diferenciación, al refinamiento, al enriquecimiento de las necesidades del público, lo que no puede dejar de conducir visiblemente a crecientes diferencias personales dentro de este público. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com