Cartas desde el dolor (fragmento)Emmanuel Mounier
Cartas desde el dolor (fragmento)

"En este desierto, no pálido, sino grisáceo, donde se han hundido no con violencia, sino dulcemente, nuestras «felicidades» próximas o lejanas (Francisca, Châtenay, nuestra nueva vida común), siento ya reverdecer los primeros ramos del mañana desconocido, cuyo aspecto ignoramos, pero cuyo sentido conocemos desde ahora porque lo vivimos, cualquiera que sea su salida... Amábamos la felicidad y la deseábamos tanto más dulcemente cuanto que no era sólo felicidad (Esprit se mantiene como un extraño superviviente de manera absurda: ¿por qué? Por asimetría, para que mi reflexión no esté completamente segura). Sabemos que saldremos de esto más ricos. Quizás, además, con una especie de felicidad, quizás con «desgracia», no lo sabemos, pero más ricos. Y si llega la «felicidad», la curación de Francisca u otra cosa, la usaremos con menos vulgaridad...
Si un día publicara en Alcan un libro in octavo sobre «El espacio y el amor» pondría como tema general «El amor transkilométrico contra el amor milimétrico» o «Ensayo de síntesis sobre la utilidad de las variaciones de distancia entre los amantes. Contribución al problema de la comunidad». Habría además muchos otros capítulos: «Poder reductor de la promiscuidad» (Encuentro aquí de nuevo y curiosamente el hechizo de las familias más libres: tengo demasiado trabajo, demasiado «a las seis, en el Pont-Neuf» como para pensar en ello, pero siento que si no tuviera este trabajo tendría la impresión de un acto extraño, de romper un centenar de pequeñas relaciones en papel si, por azar, cogiera mi boina a las ocho de la tarde y dijera porque la fantasía me agarrara: «Espera, voy a dar una vuelta por las calles o por la actualidad...»).
No hay mejor cosa que la increencia para ser educados en esta mística del momento de felicidad absoluto. Y también las lecturas para novios cristianos y las toneladas de papel sobre «la educación de la pureza» (por el vacío). La diferencia está en que el ronroneo cristiano les impide después a la mayor parte de ellos desesperar abiertamente; son desesperados felices, la mueca más fea que puede haber en un rostro humano... Touchard me escribía el otro día que se debe educar a los niños en la idea de una vida cuyo tejido debe ser el sufrimiento, con algunas raras y preciosas alegrías. Más bien diría yo: en lugar de educarles para una vida normalmente feliz, que hay que cristianizar con algunas virtudes y trucos de cuaresma, prepararles para una vida de sufrimiento que debe ser incansablemente transformado en alegría, se logre o no... La buena música de Franck, no la parte fea de su obra, en la que ofrece a modo de suavidad primaria su lado de puerilidad pequeño-burguesa, bautizada con grandes golpes de tambor para hacer travesuras, sino la grande: las Variaciones, el Quinteto, la Sonata, la mejor de las Bienaventuranzas, esa «cuarta Bienaventuranza» en la que, sobre una modulación de un semitono, el tema de la muerte llega a ser un tema de serenidad triunfal; ése es su logro: la alegría mezclada con lágrimas; seamos pedantes: la alegría transcendente, inmanente al sufrimiento no reabsorbido. "



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