Las mujeres de la Principal (fragmento)Lluís Llach
Las mujeres de la Principal (fragmento)

"Cuando los espectadores vieron que el primer carro ya estaba vacío, especulaban sobre qué habría en el segundo, sobre todo cuando vieron que el primer baúl pesaba tanto que cuatro mozos fornidos apenas podían levantarlo. El señor Narcís, que hasta ese momento había observado indiferente, hizo un gesto de alarma y se acercó corriendo a los muchachos para decirles que tuvieran mucho cuidado: «Son libros», exclamó. Empezaron a bajar cajas de libros, arcones con libros, baúles con más libros, fajos de libros. La gente no alcanzaba a entender que tanta cultura y saber fueran necesarios para vivir en Pous, pero los libros no dejaron de salir hasta que el segundo carruaje quedó vacío. Los apilaron ocupando gran parte de la entrada. Pero aún no se había terminado, también sacaron libros del tercer carruaje, y a medida que iban bajándolos, sobre el vehículo fue quedando al descubierto algo desconocido y grande, un objeto cuidadosamente embalado y que a primera vista no se adivinaba qué podía ser. Se creó un silencio tenso; la gente, expectante, se concentraba para acertar qué se ocultaba bajo tantas precauciones, telas, fundas acolchadas, ataduras... Y el nerviosismo aumentó cuando el señor Narcís consideró conveniente ponerse al frente de la operación de descarga para dirigirla en persona. Las conjeturas sobre la naturaleza del objeto desvariaron en todas las direcciones. Demasiado grande para ser una cómoda, demasiado irregular para ser una cama, armarios con aquellas formas no se fabricaban, y así toda una lista de suposiciones fallidas. En todo caso debía de pesar mucho, porque el conductor del tercer carruaje sacó cuerdas y cabos del fondo de un baúl para repartirlos entre los ocho jóvenes más fornidos. Con mucho esfuerzo, enrojecidos, las venas hinchadas, y entre gritos y blasfemias, trasladaron aquel mueble hasta el extremo de la plataforma. Allí, dificultosamente, lo pusieron plano y lo medio sacaron, casi al punto del desequilibrio, y con la ayuda de los que esperaban abajo lo inclinaron para depositarlo en tierra. Luego, a nivel de suelo, lo trasladaron con pasos cortos, y siempre entre maldiciones y jadeos, hasta el lado de la puerta que daba al recibidor de la Principal. Se tomaron un momento de reposo y continuaron bajando más objetos, también embalados y protegidos a la perfección. Cuando todos estuvieron en el suelo, el señor Magí dijo a sus sirvientes: «La puerta es lo suficientemente ancha como para entrarlo entero y la escalera también. Si somos doce podemos trasladarlo casi montado hasta la sala grande y la estructura sufrirá menos». Esto causó un fuerte impacto entre el público asistente, porque ya se habían resignado a no saber qué era aquel ingenio y de repente comprendieron que montarían el mueble ante ellos.
Fue el señor Narcís quien con mucho cuidado desabotonó las telas acolchadas, que parecían hechas a medida. Bajo las primeras se ocultaban otras aún más gruesas. Al liberar la primera hilera de botones apareció una grieta negra, brillante, que poco a poco se fue agrandando hasta que el nuevo dueño vio que ya se podía sacar todo; de un tirón apartó todas las telas, y dejó lucir la parte frontal del mueble misterioso.
Ah, sí. Era un piano. Un piano de gran cola, brillante, negro, pulido..., impresionante. Aquel mueble provocó la admiración de todos y humedeció los ojos de Maria Roderich. Ay, la música, por fin entraba en aquel caserón la música que le había cambiado la vida, la música que le había hecho querer a aquel hombre. Del suceso se habló en el pueblo durante muchos días.
Ya instalado en Pous, el señor Narcís no se comportó jamás como se entendía que un hombre de verdad debía conducirse. Ni iba al Casino para jugar al dominó o a las cartas, ni lucía mujer y poder en el vermut del domingo al mediodía, ni tampoco se lo veía en el café. E incluso peor, tampoco iba a misa, ni siquiera para acompañar a la Vieja, que ella no faltaba a una. Tampoco iba de cacería, y mira que habría sido fácil invitar a sus amigos de Rius, que pagaban fortunas para que alguien del municipio les ayudara con la perdiz o el jabalí... La retahíla de particularidades del nuevo señor de la Principal era muy larga. "



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