Los pasos previos (fragmento)Francisco Urondo
Los pasos previos (fragmento)

"Se verían en París, claro; a lo mejor podían estar juntos un par de semanas y después se iría viendo.
Era prematuro hacer planes, aunque cada uno tenía la sensación de nunca haber amado tanto. Se contaron sus vidas; trataban de no omitir defectos, de mostrarse sin artificios; harían todo eso aunque no supieran bien para qué lo hacían, a dónde podían llegar: vivían en países lejanos que, por una razón o
por otra, no estaban en condiciones de abandonar.
“Sos el último amor de mi vida”, dijo Mateo y ella le preguntó por qué decía semejante cosa; “porque lo dijo Hemingway”, aclaró riendo. Isolda insistió un poco insatisfecha con la explicación y él entonces no supo qué decirle. Es que a lo mejor ella era el primer amor de su vida, y por eso le parecía el último.
Pero esta interpretación le sonó excesivamente romántica, y no se animó a comentarla.
Esa mañana caminaron por el malecón; por la tarde Mateo tuvo instrucción y, cuando volvió al hotel, ella corrió a sus brazos. Por la noche anduvieron por La Habana Vieja y se sentaron a tomar un trago frente al Capitolio. Mateo recordó al muchacho que lo esperaba sentado en un banco con un libro rojo,
durante un ejercicio. Pero el paisaje estaba totalmente cambiado con la noche; los bares pegados, uno al lado del otro, habían entrado en acción y los boleros de cada orquesta se mezclaban con el bolero de la orquesta vecina; también las voces agudas de los cantantes.
Isolda estaba hechizada con esos restos de bajo fondo que iban quedando en la ciudad que se transfiguraba: hilachas de un garito en reversión, de un prostíbulo en desuso, en el que se va quedando la última clientela. A la mañana siguiente, todos salieron hacia Trinidad, Santa Clara, Playa Girón y otros
lugares del interior de la isla. Mateo se unió al grupo aunque volvería con ella antes que los demás: Isolda tomaba su avión en tres días y Mateo no podía dejar por más tiempo sus obligaciones en La Habana.
Esa mañana cuando se despertaron, ya todo el mundo estaba en pie; Mateo debió hacer malabares para salir de la habitación de Isolda sin que nadie los viera. Pero los vieron. Durante el viaje siguieron los papelones, porque disimulaban mal y se quedaban mirándose a los ojos, o Isolda lo besaba sin advertir que estaban con otras personas. La cosa fue tomando un paulatino estado público, sin escandalizar a nadie. Sin embargo Isolda sostenía divertida que “nos van a casar”, burlándose un poco del puritanismo socialista.
La noche que regresaron de Trinidad, pasando por Santa Clara, la ciudad heroica, durmieron en la habitación de él. Al día siguiente, se quedaron en la cama toda la mañana; Mateo había abierto las grandes ventanas que daban sobre el mar. Toda la luz del trópico cayó sobre su cuerpo desnudo. Esa noche era la última.
Se reunieron a la tardecita en la “Bodeguita del medio”, después de los ejercicios. Juan Puebla cantó temas que les parecieron muy tristes. Esa noche él la ayudó a hacer las maletas, ya la mañana siguiente la acompañó hasta el automóvil que la llevaría a Rancho Boyeros.
Gaspar subió al mismo vehículo; viajarían juntos. Ella bajó el vidrio de la ventanilla y asomó la cabeza: “te espero en París”. Sí, en París. Se quedó solo un largo rato en la puerta del hotel, viendo cómo el automóvil se alejaba por Rampa, incluso no se movió hasta mucho después de que hubiese desaparecido. El resto de invitados que iban quedando, incluido Hadad, se marcharían en menos de una semana. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com