Memorias del nuevo mundo (fragmento)Homero Aridjis
Memorias del nuevo mundo (fragmento)

"Porque, enfermo de bubas, Gonzalo Dávila gruñía toda la noche como un grillo, en secreto, pulía las astillas del palo santo que le habían traído de Santo Domingo y las ponía a hervir en agua limpia, a fuego lento, en un vaso vítreo, tapado, hasta que había espuma. Sin colarla, la vertía en otro vaso de vidrio, añadiendo más agua al leño y la dejaba hervir como la otra. Al fin, reposada, bebía el agua salutífera en la mañana, en ayunas, y en la noche, dos horas antes de la cena. Se lavaba la cara y los ojos con el agua y la esparcía por todos sus miembros. Resguardaba su habitación del viento y se protegía del frío, cerrando bien las ventanas y las puertas para que el aire no entrase. Arropado se metía en la cama, y, si sudaba, mantenía el sudor. A pan y agua por cuarenta días, evitaba las cosas crudas y los coitos.
Entretanto, Mariana seducía a Pánfilo Meñique con sus silencios, sus miradas, sus melancolías, las raras palabras que le decía. Él registraba sus más mínimos cambios de humor, mesuraba su cordialidad, sopesaba su desdén. Poco a poco se acostumbró a que sus estados de ánimo dependieran de los de ella, y a sufrir por ella. Sin desearlo, y consintiéndolo, cada día era más atraído hacia el centro de un remolino en el que no tenía control de sí mismo. En tardes cuando la hallaba taciturna o malhumorada, el mundo se le venía abajo. Si la encontraba furiosa era como si él fuera responsable de su cólera, la hubiese provocado de alguna manera. “¿Qué locura es ésta?”, se preguntaba a menudo, “¿por qué me he enamorado de Mariana en esta forma?” Sin poder contestarse, repetía la visita, volvía a hablarle del tlahoelilocaquhuitl, o árbol de la locura, del que huían los espíritus malignos porque libraba de los maleficios con sus hojas cruciformes; del chichiolpatli, o medicina de los pechos, cuyo jugo de la raíz untado en las tetas de las mujeres aumenta la leche; del quauhchichioalli, o árbol de las mamas, que nace en Quauhchichinulla, territorio quauhnahuacense, cuya raíz se daba a las recién paridas para fortalecerlas cuando se bañaban en el temazcal; del coaxixcatzin, o planta que orina; del micatlachpahuaztli, o escobas de la muerte, y de la flor del cuilxilxóchitl, que tornaba a su lugar el ano caído.
Si Mariana aprendía o no sobre los hongos mortíferos citlalnanacame, o los teihuinti que causaban demencia temporal en manifestaciones de risa inmoderada y sobre aquellos que hacían pasar delante de los ojos toda suerte de visiones, guerras y figuras de demonios, adquiridos a gran precio por los indios principales, no le quitaba el sueño. Si confundía los nombres de los lugares mexicanos, no perdía por eso su entusiasmo de maestro. Armado con el Libro de Cosmografía de Pedro de Medina, pasaba los días, las semanas, los meses tranquilamente. "



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