Ejercicios de memoria (fragmento)Andrea Camilleri
Ejercicios de memoria (fragmento)

"Al cabo de un rato volvieron con una tabla larga y maciza que colocaron sobre la boca del agujero. El tío Massimo se subió encima, se acercó a mi altura y me agarró las manos, que se negaban a soltar el punto de apoyo. Aun así, entre Totò y él consiguieron por fin sacarme de allí. En cuanto estuve a salvo, caí de rodillas, incapaz de sostenerme en pie. El tío Massimo, Totò y Carmela me llevaron a una zona con hierba de la era y me desnudaron por completo. Luego, con tres baldes, empezaron a echarme por el cuerpo la gélida agua que habían sacado del pozo. Cada vez que me vaciaban un cubo encima, Carmela me decía:
—No se preocupe, don Nenè, que va a ser un hombre afortunado, porque la mierda trae suerte: a más mierda, más suerte.
Y así me dieron un primer lavado. Después me llevaron a una zona de hierba limpia y con las toallas que había traído la abuela Elvira, que había aparecido mientras tanto con la otra campesina, empezaron a limpiarme con más detenimiento. Entonces se dieron cuenta de que tenía unos arañazos profundos en los costados y en el pecho y los hombros. Le dijeron a otro campesino que fuera a caballo al pueblo para pedirle al médico que acudiera de inmediato. El médico en cuestión era primo nuestro y ya he hablado de él en uno de estos recuerdos. Se llamaba Gino Moscato. Mientras lo esperábamos, me llevaron a casa y me tendieron en una cama que la abuela había cubierto con un gran hule para proteger las sábanas. Por fin llegó el tío Gino en su coche, con su maletín y hasta con una enfermera, y decidió que lo más urgente era desinfectar en profundidad los arañazos que tenía por todo el cuerpo: se trataba de transformarlos en auténticas heridas para que la carne se abriera y permitiera la entrada del desinfectante. Tengo que confesar que el dolor era tan intenso que no dejé de llorar hasta que, concluida la labor de desinfección, el tío Gino me puso al menos cinco inyecciones y luego me dio también varias pastillas que tuve que tomarme en ese mismo momento. Nos dijo que pasaría a verme hacia las cinco de la tarde, pero que, en caso de que tuviera fiebre, debían avisarlo de inmediato. No tuve fiebre y, cuando volvió, el tío Gino nos tranquilizó: seguramente habían intervenido a tiempo y casi con certeza no habría infección. Pasé la noche tranquilo y a la mañana siguiente vino a despertarme la abuela Elvira, que se puso a olisquearme y me dijo: —¿Sabes que todavía no hueles a limpio? Se fue a su habitación, volvió con un frasco de agua de lavanda y con un algodón empapado me restregó el cuerpo entero. No había probado bocado desde hacía un día, pero no tenía nada de apetito. Cuando la abuela se presentó con un plato de espaguetis, me incorporé en la cama y empecé a comer: fue un craso error, porque al instante me entraron arcadas y lo vomité todo. Me pasé dos días sin poder tragar nada, todo lo que me llevaba a la boca me producía náuseas. Hasta el tercer día no logré comer un poco de fruta fresca. Tardé una semana en sentirme completamente recuperado. Ahora que, a los noventa y dos años, ha llegado la edad de hacer balance, debo reconocer que he tenido una vida feliz en todos los sentidos, en el matrimonio, en el trabajo... ¿Es posible que, como me dijo Carmela, aquel baño de cieno, por llamarlo de alguna manera, realmente me trajera suerte? "



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