La luz que no puedes ver (fragmento)Anthony Doerr
La luz que no puedes ver (fragmento)

"Y cuando él le contesta: «Es solo una semana», los ojos de frau Elena se empiezan a llenar lentamente de lágrimas como si una corriente interna la estuviera desbordando.
A primera hora de la tarde, les ordenan correr. Pasan gateando bajo los obstáculos, hacen flexiones, trepan sogas que cuelgan del techo…; cien niños cumpliendo impecablemente las pruebas, intercambiables en sus uniformes blancos como si fueran ganado ante los ojos de los examinadores. Werner queda noveno en las carreras cortas, penúltimo en las pruebas de trepar las sogas. Jamás será lo bastante bueno.
A última hora de la tarde los muchachos se dispersan por el recibidor; algunos se encuentran con unos orgullosos padres que llegan a buscarlos en coches, y otros desaparecen resueltamente en grupitos de dos o de tres por las calles: todos parecen tener muy claro a dónde dirigirse. Werner se aleja solo hacia un espartano hotel que queda a seis manzanas, en el que alquila una cama por dos marcos la noche y descansa entre el murmullo de los huéspedes de paso, oyendo a las palomas, las campanadas y el vibrante tráfico de Essen. Es la primera noche que pasa fuera de Zollverein en su vida y no puede dejar de pensar en Jutta, en que no le ha vuelto a dirigir la palabra desde que descubrió que había destruido la radio, en que lo miró con un gesto tan acusador que tuvo que retirar la mirada. Los ojos de ella decían: «Me has traicionado». ¿No intentaba protegerla acaso?
A la mañana siguiente tienen lugar los exámenes raciales. No le cuestan demasiado, solo debe levantar los brazos o mantenerse sin parpadear mientras un inspector le revisa las pupilas con una linterna de bolsillo. Suda y se mueve. El corazón le palpita excesivamente. Un técnico con aliento a cebolla que lleva una bata de laboratorio mide la distancia entre las sienes de Werner, la circunferencia de la cabeza, el grosor y la forma de sus labios. Usan aparatos ortopédicos para medirle los pies, el largo de los dedos y la distancia entre los ojos y el ombligo. Le miden el pene. Calculan el ángulo de su nariz con un transportador de madera.
Un segundo técnico evalúa el color de sus ojos comparándolos con una escala cromática en la que se exponen unos sesenta tonos diferentes de azul. El color de Werner es el himmelblau, azul cielo. Para clasificar el color de su pelo le corta un mechón y lo compara con una treintena de mechones sujetos sobre una tabla y ordenados del más oscuro al más claro.
—Schnee —murmura el hombre, y anota algo. Nieve. El pelo de Werner es más claro que el color más claro de la pizarra.
Ponen a prueba su visión, analizan su sangre y le toman las huellas dactilares. Cuando llega el mediodía se pregunta si les quedará algo por medir.
Luego vienen los exámenes orales. ¿Cuántos Nationalpolitische Erziehungsanstalten existen? Veinte. ¿Quiénes son nuestros mayores héroes olímpicos? No lo sabe. ¿Qué día nació el Führer? El 20 de abril. ¿Quién es nuestro escritor más importante? ¿Qué es el Tratado de Versalles? ¿Cuál es el avión más rápido de nuestra nación?
Al tercer día hay más carreras, más alpinismo, más saltos, todo cronometrado. Los técnicos, los representantes del alumnado y los examinadores —sus uniformes varían sutilmente de color— garabatean en blocs de notas de papel milimetrado y todas esas páginas anotadas se van guardando una tras otra en carpetas de cuero con un relámpago dorado grabado en la cubierta. "



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