La misma ciudad (fragmento)Luisgé Martín
La misma ciudad (fragmento)

"Moy se acuerda de que llegó incluso a sacar una moneda del bolsillo y se acercó a la cabina telefónica. En ese momento podría haber acabado todo, pero al descolgar el aparato vio al otro lado de la calle a una mujer madura que caminaba hacia allí muy despacio, cojeando. Debajo del brazo, sujeto con tosquedad, llevaba un bolso grande. Moy esperó unos segundos hasta que la mujer llegó a su altura, y entonces, sin deliberación, sofocado por los nervios, salió de la cabina, cogió el bolso por uno de los extremos y corrió dando zancadas hasta que se perdió de vista. No oyó gritar a la mujer ni sintió tras de sí los pasos de perseguidores, pero a pesar de eso no se detuvo. Sólo cuando, sin resuello, llegó a un lugar despoblado que debía de estar a las afueras de Boston, se sentó en el suelo a descansar. Ya no pensaba en Adriana ni en Brent, sino en la euforia que había sentido al escapar, en el paroxismo que le invadió el cuerpo cuando arrancó el bolso de los brazos de la mujer. Aún notaba en los músculos, como una comezón, la electricidad de la adrenalina. Le temblaban las piernas y tenía los labios rígidos, secos. Después de unos instantes se dio cuenta de que en el puño izquierdo, cerrado, llevaba aún la moneda que iba a haber usado en la cabina telefónica para llamar a Adriana. Nunca se deshizo de ella. Como los millonarios que guardan su primer dólar, Moy conservó esa moneda para que le diera suerte, aunque durante mucho tiempo no estuvo seguro de en qué debía consistir su suerte.
En el bolso había un saquito de cosméticos, unas gafas graduadas, un breviario de oraciones, un teléfono móvil, documentos y cerca de doscientos dólares, que estaban escondidos en un bolsillo interior. Moy se guardó el dinero y tiró el resto a un contenedor de basura, asegurándose de que el bolso quedaba bien enterrado entre los desperdicios para que nadie fuera a encontrarlo por casualidad. Luego buscó un lugar tranquilo e iluminado y empezó a hacer recuento de sus necesidades. Tenía que comprar unos vaqueros, una prenda de abrigo y al menos dos camisetas para ir mudándolas. La ropa interior, oculta a la vista, podía esperar aún a tiempos de mayor fortuna. Debería procurarse sin más demora, en cambio, varios pares de calcetines, pues los pies era una de las partes del cuerpo en las que la suciedad se le hacía más intolerable. Los zapatos que llevaba eran demasiado elegantes, adecuados sólo para combinar con un traje o con ropa distinguida, pero podría aguantar con ellos hasta que ahorrara lo suficiente para comprar unas zapatillas deportivas.
Además de las necesidades indumentarias, había otras igual de apremiantes. Antes que nada, era preciso que encontrara una habitación barata donde dormir de forma estable. Los hoteles y moteles eran demasiado gravosos, de modo que tenía que buscar, en los anuncios clasificados de los periódicos, una casa particular en la que alquilasen cuartos por temporadas. Si adecentaba su aspecto, además, estaba seguro de poder lograr que le fiaran durante unos días, hasta que con las propinas del trabajo reuniera el dinero de una mensualidad. El gasto en alimentación no hacía falta considerarlo, pues en este periodo de austeridad y abstinencia podría subsistir con lo que comiera en la cafetería e incluso guardar los restos para prevenir tiempos más severos. "



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