El miedo de los niños (fragmento)Antonio Muñoz Molina
El miedo de los niños (fragmento)

"Entonces se abrió de golpe la puerta del gallinero y la luz de una linterna muy poderosa inundó el graderío. Un acomodador con chaqueta roja galonada y vozarrón de representante de la autoridad interrumpió el jolgorio, amenazando con echar a todo el mundo, esgrimiendo la linterna como una porra de guardia. Como una sombra el hombre que un momento antes apretaba el muslo de Esteban y le murmuraba al oído se había esfumado, como el Fantasma de la Ópera. Ya anochecía cuando Esteban se atrevió a salir del cine, volviéndose cada vez que oía unos pasos, echando de menos más que nunca a Bernardo. Aprovechó que no iba con él para volver corriendo a casa de su abuela.
Esteban ya no quería escuchar historias de tísicos, y muchos menos contarlas, él que tantas veces había secundado a su primo Bernardo cuando explicaba de nuevo cómo aquella vez se acercaron los dos al coche que tenía los faros y las luces del interior encendidos aunque no había nadie dentro, y vieron en el asiento de atrás un maletín que parecía de médico, un mapa de carreteras doblado, la funda de una pistola, unos guantes negros. Bien sabía Esteban que los guantes negros eran una invención bastante tardía de su primo, pero con respecto a todo lo demás tampoco estaba seguro en el fondo de nada, ni siquiera de si se había acercado tanto a la ventanilla del coche para ver lo que había dentro, o si lo había hecho para que Bernardo no le llamara cobardica pero no había llegado a mirar.
Cuando Bernardo se inclinó sobre él para contarle al oído los nuevos rumores sobre la llegada de los tísicos hacía muy poco que estaba de vuelta en la escuela, todavía pálido y débil, más ávido que nunca de historias y fantasías después de varios meses de convalecencia, más imperioso con Esteban, más impaciente por jugar a las bolas y multiplicar sus tesoros de estampas, cristales relucientes y tebeos gracias a una destreza en el juego que la enfermedad parecía haber afilado. Ahora sabía muchas cosas que había leído o que inventaba que había leído mientras estaba en la cama. A su padre un trapero le había vendido al peso un cajón lleno de periódicos y de libros y Bernardo decía haberlo leído todo para no morirse de aburrimiento a lo largo de aquellos meses en el dormitorio casi encima de la cuadra de las vacas donde Esteban no lo había visitado en todo ese tiempo, mientras vivía en casa de su abuela. Sobre las selvas del África tropical se levantaba una montaña tan alta que estaba siempre cubierta de nieve y que era un volcán del que nacía el río Nilo, que era el río más largo del mundo después del Mississippi. En las estepas de Siberia se había encontrado un mamut preservado durante millones de años en un bloque de hielo que tenía hierba fresca y recién comida en el estómago. El hombre descendía del mono. En la China vivían seiscientos millones de personas. El ferrocarril transiberiano recorría entre Moscú y Vladivostok la tercera parte del perímetro terrestre. Unos científicos americanos habían viajado a la Luna en una bala hueca de cañón. El mundo no había sido creado por Dios en siete días sino hacía muchos millones de años y la historia de Adán y Eva era un invento de los curas. Las jirafas tenían el cuello tan largo de tanto estirarlo durante siglos y siglos para alcanzar las hojas altas de los árboles, no porque Dios las hubiera creado así. Entre los cartapacios polvorientos que el padre de Bernardo había comprado al trapero había un libro muy grande que era un atlas en el que Bernardo se había aprendido de memoria más nombres de países, de capitales, de montañas y ríos de los que en ese tiempo habían dado en la escuela. El zar de Rusia se llamaba Nicolás II y el emperador de Austria-Hungría Francisco José. Aníbal había invadido Roma al mando de un ejército de soldados cartagineses montados en elefantes. En un sarcófago egipcio se había encontrado una momia que tenía los ojos abiertos y había estrangulado por la noche a un vigilante del museo donde la exhibían bajo una vitrina. En el mundo había cien veces más millones de hormigas que de seres humanos. Por el telescopio del monte Palomar los astrónomos habían podido ver que en Marte había ciudades y canales de riego. En el futuro la gente viviría en edificios de cien o doscientos pisos a los cuales se subiría en globo. Las personas se comunicarían entre sí a distancia por el pensamiento, sin necesidad de teléfono ni telégrafo ni de mandarse cartas. "



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