La prueba acústica (fragmento)Siegfried Lenz
La prueba acústica (fragmento)

"Yo no distinguía bien las ilustraciones, ni tampoco sabía a qué fase creativa de mi padrino estaba consagrado el catálogo. Sólo me había perdido una de sus exposiciones —aquella vez que estuve enfermo y lo tiraba todo al suelo sin querer—; había visto todas las demás, apabullado y entusiasmado por sus obras. He soñado más de una vez con su Vieja recogiendo ramas. Y me habría gustado llevarme debajo del brazo el Niño leyendo, Los ocultos y La chica de las palomas. Pero nunca he podido explicarme del todo por qué lo admiraban tanto. Tal vez porque sublimaba las formas como nadie; no las destruía caprichosamente, sino que las sublimaba, las formas, que son el punto en que se reúnen la idea y la realización.
En fin, yo me puse a observar a Betty, que leía, ensimismada y sin dejar entrever en absoluto por qué lo hacía, aunque yo, por supuesto, sabía que si le había dado por estudiar aquel catálogo no era porque sí. Dios mío, cuánto tiempo se estaba tomando, y cómo se encalló en una ilustración muy concreta, que mostraba dos personajes, Orador y oyente; parecía haber olvidado que Armin Prugel estaba de pie a su espalda. Se trataba, por cierto, de la famosa escultura que después hallaría su localización definitiva en la plaza del Ayuntamiento: una pareja que simboliza la eterna ansia de convencer del que habla y el pensativo escepticismo del que escucha.
Al ver que Betty meneaba la cabeza de modo casi imperceptible, y que también su cuerpo se balanceaba como invadido por la incredulidad, pensé que había descubierto algo, alguna nota discordante, un detalle desafortunado, y me hice a la idea de que iba a volver al ataque, especialmente después de oírla decir: Increíble, realmente increíble. También dijo: ¿En qué cabeza cabe? Mi padrino se inclinó en el acto sobre la ilustración y preguntó con voz insegura: ¿A qué te refieres? Betty no se dio prisa en contestar, pero luego dijo algo que siempre guardaré en la memoria: ¿Cómo es posible que estas maravillas salgan precisamente de las manos de un tipo como tú? Por lo visto, Armin Prugel creyó no haber entendido bien, pues preguntó: ¿Qué quieres decir con eso? Y Betty replicó, sin apartar los ojos de la ilustración: Un individuo como tú no debería ser capaz de hacer algo tan… tan grandioso. Valía la pena ver lo confuso que estaba mi padrino; seguramente ni se enteró de cómo Betty explicaba los motivos de su entusiasmo por aquella escultura, labrada en basalto. Elogió la idea, la realización, la discreción con que la relación entre hablante y oyente cobraba un carácter intemporal; llegado un momento, calificó la escultura de «espantosamente perfecta», aunque yo no entendí qué quería decir con eso. En cualquier caso, mi padrino necesitó un buen rato para llegar a convencerse de que Betty hablaba en serio y de que su admiración no era fingida; y ciertamente no lo era. Sin embargo, para mi asombro, no se le veía alegrarse de ello; él, que estaba acostumbrado hasta la náusea a la admiración y los elogios, no se sintió embarazado, pero sí cohibido, como si se sintiese incómodo con nosotros. Luego Betty le anunció su intención de ir a ver la exposición en cuanto le fuera posible, y él se ofreció a enseñársela a ella y a mi viejo. Se empeñó en que Betty le prometiera avisarle cuándo, y en cuanto ella lo hizo, pareció muy aliviado, y aprovechó el ambiente un poco más distendido para despedirse. Y saluda a Hans de mi parte; os espero a los dos: eso dijo al marcharse. "



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