Los fusilados (fragmento)Cipriano Campos Alatorre
Los fusilados (fragmento)

"Santiago tomó un cantarillo de agua, y comenzó a beber a sorbos lentos. Tres, cuatro tragos... ¡Aquello era tan fresco y agradable! ¡Parecía que hasta la vista se aclaraba! Pero el agua, demasiado fría, acabó por entumecerle las quijadas, y algo como un hormigueo le subió por las mejillas, hasta causarle una aguda punzada en los ojos. En seguida un vahído, y unas manchas rojas, verdes, violáceas, lo cegaban, oscureciéndolo todo en rededor. Una última mancha, amarilla y enorme se disipó, y Santiago suspiró aliviado.
—Comed lo que os traje — agregó... —Volveré al rato. Quedé de ir con mi compadre Justino.
No había tal entrevista con el compadre Justino ni mucho menos. Lo que sucedía era que Santiago huía del horror de su casa... y salió, profundamente contristado.
Tras un alto cerco de piedra, media docena de rancheros charlaban en torno a una gran cazuela, llena de semillas de calabaza tostadas.
— ¡Miren quién está allí!
— ¡Arrímate con nosotros, Tiago!
— Sí, será mejor —pensó éste. Abrió una vieja puerta de palos carcomidos y entró al corral de don Justino.
— ¿Gustas comer semillas?
— Gracias, a lo mejor vamos a correr como perros, con tanta lengua de fuera, y con eso da mucha sed... ¡Compadre Justino!
— ¡Ah!, ¡qué mi compadre Tiago! Siéntese conmigo, hombre. Cuéntenos cómo les ha ido.
¿Quién es el amigo que vino con ustedes?
—Uno de Tlaxcala, que se llama Simón, y hace quince días que anda con nosotros. Es buen hombre... y no va a morirse pronto, mírenlo. Viene allí con Evaristo. "



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