Lo que han oído es cierto (fragmento)Carolyn Forché
Lo que han oído es cierto (fragmento)

"Todo ese día fuimos a distintos lugares: la catedral gris y vacía sin bancos, en cuyo claristorio volaban bandadas de palomas; la oficina de derechos humanos, en la que había un suelo de baldosas grises y rojas, sillas plegables y paredes azules. Allí, Margarita me mostró álbumes de fotos, incluido uno con flores en las cubiertas, en cuyas páginas cubiertas con folios traslúcidos adherentes había fotos de desaparecidos.* La mayoría de estas habían sido tomadas en la escuela o en alguna ocasión especial, como la graduación de un curso de enfermería, una fiesta de quince años o una cena de celebración de compromiso. Por lo tanto, casi todos los retratos eran de jóvenes, aun cuando, en el momento de desaparecer, las personas ya no lo fuesen tanto.
—Por eso mismo, a veces es difícil emparejar las fotos con los muertos que se encuentran —dijo Margarita—, aunque también hay otros factores que dificultan la identificación. Algunos cuerpos aparecen mutilados. Otros medio comidos por animales.
En la oficina de derechos humanos, aquellos álbumes y otras carpetas estaban apilados bien alto sobre la mesa. Había un teléfono y un ventilador que giraba sobre su eje. Entraba y salía gente, en su mayoría mujeres mayores. Algunas parecían desesperadas y angustiadas, y se aferraban a fotos y pedazos de papel, mientras que otras miraban a su alrededor sin fuerzas, a la espera de alguna noticia. Me puse a pasar las páginas plásticas, y era como mirar un anuario escolar acerca de los que tenían más probabilidades de no volver a ser vistos nunca. Transcribí todos los nombres que pude en mi cuaderno, sin saber aún qué haría con ellos. Nadie me impidió copiarlos. Una mujer incluso atravesó la sala para alcanzarme otro libro de la mesa, asintiendo con la cabeza mientras lo ponía en mis manos.
Antes de irnos, Margarita me señaló una fotografía concreta y me pidió que recordara la cara.
—Cuando estemos solas te digo por qué —susurró.
Cruzamos la ciudad hasta la otra universidad, intervenida por un organismo especial en virtud de la nueva ley. En las paredes se habían pintado figuras, siglas y eslóganes, y había impresos y carteles pegados encima, pero en buena parte lo habían cubierto todo con una mano de pintura, como para borrarlo. Los muros eran palimpsestos sobre reuniones y resoluciones, marchas y convocatorias, capa sobre capa de activismo universitario, según me susurró Margarita. Por lo demás, el edificio estaba muy deteriorado: por todas partes había escalones de cemento rajados, ventanas rotas, incluso un archivador con los cajones abiertos en mitad de un pasillo. Escritorios abandonados al aire libre. Escritorios vacíos. Los alumnos se reunían en grupitos o caminaban del brazo, yendo de un edificio a otro y de una clase a otra con sus bolsos llenos de libros. Había algunos soldados, con rifles al hombro y cascos verde aceituna que parecían húmedos cuando les daba la luz. Los soldados eran tan jóvenes como los alumnos. Tal vez más. "



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