La guerra de tres años (fragmento)Emilio Rabasa
La guerra de tres años (fragmento)

"Mientras tanto, en la plaza se veía un movimiento extraordinario para aquel pueblo. Había muchas vendimias, cuáles al raso, cuáles en pequeñas barracas, sin que faltaran baratijas ambulantes, que incitaban a los muchachos sonando pitos, tocando flautas y moviendo saltimbancos de cartón. Los puestos de frutas con su variedad de colores alegraban el mercado; al lado de las canastas de naranjas color de oro se veían otras de verdinegros aguacates; las piñas alternaban con los mangos; los plátanos en apretados racimos, con las guayabas, las limas y los zapotes. Cuanto en frutas produce la tierra caliente estaba amontonado allí en vistoso desorden.
Y entre una y otra barraca, mesas y canastas de dulces, y tal cual instalación de lo fuerte, desde el aguardiente hasta el dorado catalán.
La concurrencia no era escasa. Algunas familias del Salado y otras de los pueblos vecinos eran los paseantes de mayor notoriedad. Abundaban las gentes de segunda clase y sobreabundaban los indios de ambos sexos, con poco aseo y mucha borrachera. Las risas por aquí, el regateo por varias partes, el voceo de las mercancías en muchas y las disputas de los borrachos en todas, formaban un murmullo constante que simulaba la animación.
En todas las tiendas no faltaban parroquianos, y los dependientes se daban prisa. Pero la ocupación no era tal que la atención de las manos impidiera el ejercicio de la lengua. Así es que en La Esperanza en la Honradez se vendía, pero se charlaba también, porque los Angelitos eran agradables y tenían casi siempre tertulias de mostrador afuera.
Los Angelitos eran gemelos, y se pudo saber quién era Francisco y quién Juan cuando pasaron dieciocho años, gracias a que el primero creció más que el otro, no tanto, sin embargo, que dejara de ser una miniatura. Ambos chiquillos con caras morenas de hombres, algunas barbas, poco juicio y mucha lengua. Se movían sin reposo, con esa inquietud de los hombres pequeñitos que les da mayor semejanza con los títeres: eran ambos valientes, despreocupados, adoraban la memoria de Juárez y estaban reñidos con todo orden público vigente.
Entre las luchas de un regateo, las alabanzas de un artículo, la medida de un lienzo y la cuenta de su valor, a razón de real y medio vara, los Angelitos charlaban con José Chapa y Martín Cabrales, que estaban de pie fuera del mostrador. "



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