Destello de vida (fragmento)Erich Maria Remarque
Destello de vida (fragmento)

"Le soltaron. Se tambaleó, apretó los dientes y recobró al instante el equilibrio. Lewinsky y Werner apretaron sus hombros contra los suyos, pero no tuvieron necesidad de sostenerle. Caminó, entre ellos, solo, con la cabeza echada hacia atrás, respirando pesadamente, pero solo.
El paso titubeante de los presos se había transformado en una especie de marcha triunfal. Una división de belgas y de franceses y un pequeño grupo de polacos se hallaba entre ellos. Marcharon todos juntos.
Las columnas comenzaron a entrecruzarse. Los alemanes iban camino de las aldeas vecinas. No disponían de comunicaciones ferroviarias porque la estación había sido destruida y, por consiguiente, tenían que ir a pie. Unos pocos paisanos con brazales SA dirigían la columna. Las mujeres estaban cansadas. Algunos niños lloraban. Los hombres caminaban sombríos, cejijuntos.
—Así fue como huimos de Varsovia —susurró un polaco detrás de Lewinsky.
—Y nosotros de Lieja —contestó un belga.
—Y nosotros de París.
—No. Fue peor. Mucho peor. Nos expulsaron de un modo muy distinto.
No les animaba ningún deseo de venganza. Ni tampoco el odio. Las mujeres y los niños eran los mismos en todos sitios, y habitualmente los inocentes más que los culpables eran siempre los que sufrían los efectos de la guerra. En aquella turba abrumada de cansancio había, indudablemente, muchos que no habían hecho nada que justificara su destino. Pero los presos no pensaban en esto; su pensamiento, en aquellos momentos, era muy distinto. Nada tenía que ver con el individuo; como tampoco con la ciudad, o, incluso, con la nación. Era más bien algo semejante al sentimiento de una enorme justicia impersonal que surgió en el momento en que las dos columnas se cruzaron en el camino. Un crimen a escala mundial se había cometido casi imponentemente; las leyes de humanidad habían sido vulneradas y pisoteadas; la ley de la vida escarnecida, violada, destruida; el robo, legalizado; el asesinato, enaltecido, y el terror, legitimado; y ahora, de repente, en aquel momento desalentado, cuatrocientas victimas de un poder arbitrario tuvieron la sensación acuciante de que la hora de su liberación estaba ya muy próxima, que una voz había hablado y que el péndulo del tiempo iniciaba hacia atrás su recorrido. Intuyeron que no sólo se salvarían países y naciones, sino también la misma ley de la vida. Muchos nombres existían para designarla, y uno de ellos, el más antiguo y sencillo, era Dios. Y esto quería decir: hombre.
La columna de refugiados dejó, por fin, atrás a la de los prisioneros. Durante unos cuantos minutos pareció que los refugiados eran los presos y que éstos eran hombres libres. Dos grandes furgones tirados por caballos grises, cargados de equipajes, cerraron la marcha. Los SS, muy nerviosos, corrieron de un lado a otro de la columna de presos al acecho de algún signo o asomo de entendimiento entre unos y otros. Nada sucedió. La columna siguió avanzando silenciosamente; los prisioneros volvieron a arrastrar los pies, el cansancio se posesionó nuevamente de ellos, y una vez más, Goldstein rodeó con sus brazos los hombros de Lewinsky y de Werner; sin embargo, cuando las barreras rojas y negras de la entrada al campo aparecieron con su verja de hierro adornada con el viejo lema prusiano A cada cual lo suyo, todos, a una, vieron con nuevos ojos aquellas palabras que durante años había sido una terrible burla.
La banda militar del campo estaba esperando en la verja. Tocó la Marcha del rey Federico. Detrás de ella se encontraban numerosos SS y el segundo jefe del campo. Los presos comenzaron a desfilar. "



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