Turno Noche (fragmento)Edgardo Cozarinsky
Turno Noche (fragmento)

"Recordó otro puerto, en el extremo sur de la Patagonia argentina, en otro tiempo también exportador, aunque de importancia menor.
Unos años antes lo habían invitado a un congreso en una ciudad hostil en el extremo sur de la Patagonia. En un momento de ocio quiso dejar atrás su monótono urbanismo para buscar la orilla del mar.
En medio de una débil vegetación, castigada por el viento salado, descubrió vías de ferrocarril que brillaban en la luz indecisa de la tarde de otoño. Llegaban hasta muy cerca del mar, trocha angosta para vagones que imaginó cargados de fardos de lana, de carbón a granel, esperados por barcos ya ausentes.
Los muelles aún estaban allí, golpeados por el oleaje, preservados por quién sabe qué mezcla de piedra y algún cemento resistente al sulfato. Pero las grúas no habían sobrevivido a la ruina económica. Solo quedaban unos mojones de amarre que ninguna soga rodeaba.
A cierta distancia, un galpón abandonado era el residuo de lo que había sido una estación: techo roto, ventanas sin vidrio, tal vez desdeñado hasta por los vagabundos que buscan refugio en esos meses en que las ráfagas se descargan con fuerza sobre la costa. En algún momento, pensó, ese mismo viento va a liquidar estos restos de una actividad caduca. Le hubiera gustado estar presente cuando arrancara de cuajo chapa herrumbrada y maderas podridas para arrastrarlas, no sabe si tierra adentro o mar afuera.
Se quedó un largo rato sentado sobre lo que parecía parte de un banco; su peso le daba cierta estabilidad y prefirió evitarle el colapso permaneciendo inmóvil, sin otro movimiento que el
de sus manos: se las restregaba en un intento de ahuyentar el frío que ya se ha había insinuado dentro de su ropa.
Escuchando el murmullo del viento, silbido algunos momentos, rugido otros, cayó gradualmente en una especie de trance. Le pareció reconocer en él balidos de ovejas de esquilas pasadas, mugidos de vacas ajenas a ese paisaje, finalmente algunas voces indistintas. Al principio, tuvo la sensación de oír idiomas desconocidos, luego creyó reconocer la voz de Lucía. Parecía llegar de más lejos que las demás, como si la trajera el viento desde el otro lado del estrecho, desde Tierra del Fuego... Trató de entender lo que decía, y de pronto tuvo miedo de entender. Acaso fuera la suya propia la voz intermitente que le parecía oír.
Fue lo que necesitaba para terminar la visita a tanta desolación. Se puso de pie y se encaminó con pasos rápidos hacia los primeros signos de poblado.
En otro extremo de esa ciudad gris había un suburbio de animación, luces y música. Los baqueanos lo llamaban Alaska, pero esa denominación geográfica era meramente humorística. Se trataba de no decir «a las casitas», la forma en que se invitaba a terminar una noche de alcohol con un suplemento tradicional de diversión.
Las casitas en cuestión eran, tal vez sigan siendo, construcciones precarias donde atendían las prostitutas llegadas de rincones aún más desamparados de la provincia, cuando no de Tierra del Fuego, aun de Punta Arenas. En alguna época pudieron esperar el desembarco de tripulaciones impacientes, manosueltas. Ahora satisfacen las módicas urgencias que la cocaína ubicua no ha apagado. "



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