La venta del chivo prieto (fragmento)Laura Méndez de Cuenca
La venta del chivo prieto (fragmento)

"Dale que dale aparejando acémilas y ensillando caballerías, Desiderio, el mentecato que había tomado por esposa a la usurera, vio transcurrir los días de varios años, contemplando la salida del sol, bañándose en las rosadas tintas de la aurora o en el ropaje gris de la tarde, al ponerse el astro. Indiferente a los cuadros bellos de la naturaleza, atendía solamente a cercenar en el pesebre el forraje, pues al dedillo sabía que como diese a las mulas la mitad siquiera de la pastura cobrada en el mostrador, o no mojase la paja, o se le pasara mezclar aserrín con la cebada, tendría que habérselas con su costilla.
Cierto es que Desiderio se había hecho más bestia que las bestias que alimentaba. Cediendo a los instintos sensuales había consentido en voluntaria degeneración y permanencia indiferente a todo, excepto al cariño de su hijo, único fruto de aquella monstruosa unión.
Desiderio era manso en presencia de su mujer; no osando levantar los ojos cuando la Severiana amanecía de mal talante, prefería escabullirse por los rincones. De que a ella le diera por refunfuñar, ya andaba el mandria del marido con pisadas de gato. Cerraba las puertas con tiento y hablaba quedo para no provocar a
la fiera, temeroso de que el “niño”, el hijo de los dos, se despertara con la gritería de la riña.
El “niño” era ya un mocetón fornido, a quien decían Máximo; lo amaban los dos con vehemencia y se disputaban sus caricias, causándose mutuamente celos. Máximo era una cadena de flores enlazando dos fieras salvajes.
Digan lo que quieran los sabios y discutan cuanto gusten y manden echándose por la cabeza sus tratados de fisiología y psicología, de biología y sociología, por razones inexplicables a la ciencia, era Máximo tan cabal de alma como de cuerpo. Ustedes lo creerán o no, pero, sea dicho con perdón de la ciencia, en la que delego la tarea de descubrir los porqués, haciendo la vista gorda a la maliciosa sonrisa que adivino en los labios del lector, he de declarar sin rodeos que Máximo era un santo. En generosidad y abnegación no había quien le arrebatara la palma; y si del Colegio de Puebla, donde sus padres lo pusieron a educar, sacó amplios conocimientos y modales atildados, no perdió por ello ni la sencillez rústica ni el aire franco de quien crece apartado de los centros sociales.
Acabada la escuela, Máximo tornó al hogar, si así puede llamarse al cubil de dos fieras, y desde entonces la usurera se convirtió en idólatra de su hijo. Para Severiana, él lo llenaba todo: ideal, amor, deber, religión, patria.
Porque Máximo había nacido en México, la Mercadela fusiló, desde su ventana, a más de un francés fugitivo, cuando la Guerra de Intervención, pues quería
que la patria de su hijo estuviese limpia de invasores.
Porque Máximo escapara de las fiebres primaverales que diezman a los niños en las tierras del trópico, aquella bestia humana había doblado las rodillas, con
verdadera humildad, y pedido a la Virgen salud para el pequeño, ofreciendo, como muestra de gratitud, el mejor collar de perlas que tenía. Para que Máximo disfrutara de holgura y de todo aquello que se puede comprar con dinero, la usurera había corrido de sol a sol por las aldeas cercanas, vendiendo chácharas, prestando a rédito, despojando de lo suyo a todo bicho viviente, sin que la ruindad de estos hechos le dejase la más angosta sombra en la conciencia. "



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