Humo (fragmento)José Ovejero
Humo (fragmento)

"Aunque las ramas siguen moviéndose, aún no vemos al animal. Es un hombre paciente que no dispara al bulto escondido. No sabe dónde está la cabeza, cómo es el lomo de alto. El niño se tambalea y yo lo sujeto con un movimiento reflejo. Contengo la respiración. No parecen habernos visto ni la presa ni el cazador. Aún pasan unos segundos y de repente el corzo da un salto, dos, tres, huye o se apresura sin motivo. Un estampido, el eco del impacto contra la piedra, varios saltos más. Brinca ladera arriba sorteando matorrales sin esfuerzo, detrás las maldiciones, también su perseguidor corriendo torpemente mientras vuelve a cargar sin detenerse, tropieza, la frente choca contra una rama baja, me cago en Dios, tres o cuatro pasos trastabillados, la rabia que lo rodea a varios metros, una coraza invisible, escupe, se lleva una mano a la frente, examina la sangre en los dedos, vuelve hacia donde estamos nosotros, me pega un puñetazo que sólo esquivo en parte, recibo el impacto en la sien, me mareo, ganas de vomitar, el niño, el niño no, pero sí, una patada que él no esquiva en absoluto, la recibe como si no hubiese siquiera intuido que el siguiente golpe era para él, le acierta en medio del pecho, lo lanza varios metros hacia atrás, aterriza de lado entre espliegos y tomillos, un revoloteo de insectos y polvo, yo recibo otras dos bofetadas y un tirón de pelo. Os había dicho que no os movieseis, dice. No es verdad, pero da igual, lo habíamos entendido, como ahora entiendo que él sabe que no es nuestra culpa que haya fallado el tiro, pero a él qué más le dan la culpa y la inocencia. Voy a gatas hacia el niño inmóvil, sus patitas asomando entre matojos como dos ramas secas. En esta postura el intruso podría romperme la columna vertebral de un culatazo y yo aprieto los dientes mientras me apresuro desollándome las rodillas, espinas y piedras picudas clavándose en las palmas de mis manos. Niño, digo, niño. Si lo ha matado, no dejaré que lo despedacen los buitres, tampoco permitiré que las águilas levanten en volandas su cuerpo diminuto. Y juro que aunque tenga que esperar semanas cortaré a mi enemigo los tendones de los tobillos, será un tullido arrastrándose por el suelo de la cabaña. Lo mantendré con vida un tiempo para poder patearle la cara cuando suplique.
El niño gime y se lleva una mano al pecho. Tengo que llevarlo en brazos de vuelta a la cabaña. Otra vez caminamos por delante de nuestro captor. Un negrero que lleva esclavos al mercado. Un guardia que empuja con la punta del cañón del fusil a dos prisioneros que se habían fugado. No vuelvo la cabeza. El niño podría ser el cristo diminuto en una piedad de madera. Desmadejado. Desarbolado. Tan ligero que en lugar de un cuerpo tengo la impresión de estar transportando un paño sobre mis antebrazos. "



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